las innovaciones en los hábitos y en los discursos del Papa Francisco han abierto una crisis aguda en los grupos conservadores que seguían estrictamente las directrices de los dos Pontífices anteriores. Para ellos ha sido especialmente intolerable que el Papa haya recibido en audiencia privada a uno de los iniciadores de la condenada Teología de la Liberación, el peruano Gustavo Gutiérrez. Se sienten aturdidos ante la sinceridad del Papa al reconocer errores en la Iglesia y en sí mismo, al denunciar el carrerismo de muchos prelados, calificando de lepra el espíritu cortesano y adulador de muchos en el poder, los llamados vaticanocéntricos. Lo que realmente les escandaliza es la inversión que hace, al poner en primer lugar el amor, la misericordia, la ternura, el diálogo con la modernidad y la tolerancia con las personas, incluso con las divorciadas y homoafectivas, y sólo después las doctrinas y disciplinas eclesiásticas.
Ya se oyen voces de los más radicales que, con referencia al Papa Francisco, hacen por el bien de la Iglesia (la suya evidentemente) este tipo de peticiones: "Señor, ilumínalo o elimínalo". La eliminación de los papas problemáticos no es una rareza en la larga historia vaticana. Hubo un momento entre los años 900 y 1000, la llamada era pornocrática del Papado, en la que casi todos fueron envenenados o asesinados.
Las críticas más frecuentes que circulan en las redes sociales de estos grupos, históricamente anticuados y atrasados, van en la línea de acusar al actual Papa de estar desacralizando la figura del Papado, banalizándola y secularizándola. En realidad ignoran la historia y son rehenes de una tradición secular que tiene poco que ver con el Jesús histórico y el estilo de vida de los Apóstoles. Pero tiene mucho que ver con la lenta paganización y mundanización de la Iglesia al seguir el estilo de los emperadores paganos romanos y de los príncipes renacentistas.
Las puertas para este proceso fueron abiertas ya en tiempos de Constantino (274-337), que reconoció el cristianismo, y de Teodosio (379-395), que lo oficializó como la única religión reconocida en el Imperio. Con el declive del Imperio Romano se crearon las condiciones para que los obispos, especialmente el de Roma, asumiesen funciones de orden y de mando. Esto ocurrió de manera clara con el Papa León I el Grande (440-461), que fue proclamado alcalde de Roma para enfrentar la invasión de los hunos. Fue el primero en usar el nombre de Papa, antes reservado sólo a los emperadores. Adquirió más fuerza con el Papa Gregorio Magno (540-604), también proclamado alcalde de Roma, y culminó más tarde con Gregorio VII (1021-1085), que se arrogó el poder absoluto en el campo religioso y secular, tal vez la mayor revolución en el campo de la eclesiología.
Los actuales hábitos imperiales, principescos y cortesanos de toda la jerarquía vaticana se remiten especialmente al Papa Silvestre (334-335). En su tiempo se creó una falsificación, la llamada donación de Constantino, con el objetivo de fortalecer el poder papal. Según ella, el emperador Constantino habría dado al Papa la ciudad de Roma y la parte occidental del Imperio. Se incluía en esa donación, desenmascarada como falsa por el cardenal Nicolás de Cusa (1400-1460), el uso de las insignias y la indumentaria púrpura imperial, el título de Papa, el báculo de oro, la capa sobre los hombros revestida de armiño y orlada de seda, la formación de la corte y la residencia en palacios.
Este es el origen de los actuales hábitos principescos y cortesanos de la Curia romana, de la jerarquía de la Iglesia y de los cardenales, especialmente del Papa. Su fuente es el estilo de los emperadores romanos paganos y la suntuosidad de los príncipes renacentistas. Ha habido, pues, un proceso de paganización y de mundanización de la Iglesia como institución jerárquica.
Francisco está restituyendo al Papado y a toda la jerarquía su verdadero estilo, ligado a la tradición de Jesús y de los Apóstoles. En realidad, está volviendo a la tradición más antigua, operando una despaganización del Papado dentro del espíritu del Evangelio, vivido tan emblemáticamente por su inspirador san Francisco de Asís.
La tradición auténtica está del lado del Papa Francisco y los tradicionalistas están más cerca del palacio de Herodes y de César Augusto que de la gruta de Belén y de la casa del artesano de Nazaret. En contra de ellos está la práctica de Jesús y sus dichos sobre el despojamiento, la sencillez, la humildad y el poder como servicio y no como lo hacen los príncipes paganos y los grandes que subyugan y dominan. "No debe ser así entre vosotros, que el mayor sea como el menor, y el que manda como el que sirve" (Lc 22,26).