CERRÉ la semana laboral comprobando que todavía conservo rastros de sorpresa -quién lo diría- ante el enésimo gag del Gobierno. Va Soraya Sáenz de Santamaría, esa vicepresidenta cuerpo a tierra mientras vuelan las balas del caso Bárcenas, y se monta un macrofraude de percepciones de subsidios de desempleo con datos inflados alegremente -no hay peor mentira que una verdad a medias- que luego se queda en algo más del 10% de los supuestos 520.000 defraudadores detectados. ¡Y olé! Citando a los incunables del oprobio parlamentario, recordaré a aquella compañera de bancada de Sáenz de Santamaría y su "que se jodan" dirigido a los parados de esa España de sus entretelas, que además de parados son vagos -recuerden que había que reducir el plazo de prestación para incentivar la búsqueda de empleo- y defraudadores. La guinda de una semana que empezó con Cristóbal Montoro, ministro destroyer donde los haya, repartiendo -leña- al cine español para luego intentar convencernos de que los sueldos han seguido creciendo durante la crisis. Por aclarar conceptos, los sueldos han crecido en lenguaje moclovita lo mismo que crecerán las pensiones el próximo año, lo que en román paladino viene a ser virgencita virgencita que me quede como estoy, y eso los que tienen suerte. Pero Montoro es adorable, no sólo intenta vendernos una estufa en el desierto, sino que se indigna si no la compramos. En definitiva, y píllenme la ironía, me declaro muy fan de este magnífico elenco de humoristas.
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