francisco, obispo de Roma, se despojó de todos los títulos y símbolos de poder que no hacen otra cosa que distanciar a unas personas de otras y publicó una carta en el principal periódico de Roma, La Repubblica, respondiendo a su ex-director y conocido intelectual no creyente Eugenio Scalfari. Francisco realizó un acto de extraordinaria importancia, no sólo porque lo hizo sin precedentes, sino porque se mostró como un hombre que habla a otro en un contexto de diálogo abierto colocándose al mismo nivel que su interlocutor.
Francisco -que prefiere llamarse obispo de Roma y no Papa- respondió a Scalfari de un modo cordial, con la inteligencia cálida del corazón antes que con la inteligencia fría de las doctrinas. No se esconde detrás de doctrinas, dogmas e instituciones. Para Francisco no es relevante que Scalfari se confiese creyente o no, pues cada uno posee su historia personal y su trayectoria existencial que deben ser respetadas. Lo relevante es la capacidad de ambos de estar abiertos a la escucha mutua. Más importante que saber es no perder la capacidad de aprender, es el sentido del diálogo.
Con su carta, Francisco mostró que todos buscamos una verdad más plena y más amplia que todavía no tenemos. Para encontrarla no sirven los dogmas tomados en sí mismos, ni las doctrinas formuladas en abstracto. Esta búsqueda coloca sobre el mismo terreno a todos, creyentes o no.
Todos vivimos una contradicción terrible que envuelve a creyentes y a ateos: ¿por qué Dios permite las grandes injusticias de este mundo? Es la pregunta que con profundo abatimiento hizo el Papa Benedicto XVI cuando visitó el campo de exterminio nazi de Auschwitz. Se desprendió, por un momento, de su papel de Papa y habló solamente como un hombre con el corazón abierto: "Dios, ¿dónde estabas cuando sucedieron estas atrocidades? ¿Por qué te callaste?".
Los cristianos debemos admitir que no hay una respuesta y que la pregunta sigue abierta. Nos consuela sólo la idea de que Dios puede ser aquello que nuestra razón no comprende. La inteligencia intelectual sola se calla porque no tiene una respuesta para todo. El Génesis, como decía el filósofo Ernst Bloch, no se encuentra al principio sino al final. Las cosas -así piensan los creyentes- se desarrollan en dirección a un desenlace feliz y sólo al final, de alguna manera, nos será dado comprender el sentido de la existencia.
Tengo gran confianza en que Francisco podrá conseguir grandes cosas para el bien de la humanidad. Empezó haciendo una importante reforma del Papado y dentro de poco hará la reforma de la Curia romana. A través de varios discursos ha señalado que todos los temas pueden ser discutidos, una afirmación impensable tiempo atrás. El celibato de los curas, el sacerdocio de la mujer, la moral sexual o la existencia de los homoafectivos no podían ser planteados por teólogos y obispos.
Creo que este Papa es el primero en no querer un gobierno monárquico y absolutista. Seguramente su diálogo con los no creyentes puede ampliarse y abrir una ventana nueva a la modernidad ética que no considera solamente la tecnología, la ciencia o la política, y puede también llevar a superar un comportamiento de exclusión típico de la Iglesia católica, la arrogancia de entenderse como única heredera verdadera del mensaje de Jesús. En Francisco no veo voluntad de conquistar y hacer proselitismo, sino la disposición de testimoniar y andar un trecho del camino junto con otros.
El cristianismo antes que institución es el movimiento de Jesús y de los apóstoles. En esta comprensión, vivir la dimensión de la dignidad humana, de la ética y de los derechos fundamentales es más importante que afiliarse simplemente a una Iglesia. Este es el caso de Eugenio Scalfari.
El largo invierno eclesial terminó. Esperamos una primavera solar, llena de flores y de frutos, en la cual también vale la pena ser humano en la forma cristiana de esta palabra.