"los jefes de la Iglesia a menudo han sido narcisistas, adulados por sus cortesanos. La corte es la lepra del Papado". La contundente sentencia tiene un significado trascendental porque la pronuncia el Papa. Francisco, que llegó a la cátedra de Pedro en un giro prácticamente inédito en la historia vaticana, parece empeñado en demostrar por la vía de los hechos y sin dilación su voluntad renovadora. Y en apenas unos meses ha conseguido que la dimisión de Benedicto XVI quede arrollada por un novedoso discurso. Ayer, coincidiendo con el inicio de las reuniones del consejo de ocho cardenales designados por el pontífice para renovar la Curia, los quioscos italianos amanecían con una entrevista a Jorge Mario Bergoglio en el diario La Repubblica, en la que el argentino marcó con una dura crítica a lo que él mismo denominó el vaticanocentrismo lo que deberán ser los trabajos de lo que ese grupo de cardenales que se ha dado en denominar el G-8 del Vaticano. La entrevista coincidió, además, con la publicación por primera vez en la historia de un informe con los resultados económicos del Instituto para las Obras de Religión, conocido como Banco Vaticano. Ha sido un paso más en una de las primera decisiones que tomó el Papa tras su elección, el sometimiento a una comisión de investigación de la oscura entidad financiera, cuyos escándalos marcaron el final del Papado de Ratzinger. El de ayer es sólo el último capítulo de apenas medio año de Papado frenético en lo que a gestos aperturistas se refiere, la mayoría impensables hace apenas un año, como las palabras que dedicó Bergoglio a la homosexualidad. Cierto que al Vaticano le queda mucho camino por recorrer, entre otras cosas por su tradicional afición a anclarse en milenios pasados y su no menor inclinación a moverse en terrenos pantanosos cerca del poder y lejos de los más débiles. Quizá lo mejor que se puede decir de este Papa, al valorar el arranque de su pontificado, es que parece más decidido a encarnar al pastor de la Iglesia que a su sumo pontífice. Y quizá eso es lo que más le puede complicar el camino en su propia casa, esos pasillos vaticanos que han frenado con eficacia cualquier intento de renovación en el pasado, incluso menos rupturistas que el actual.
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