El alcalde destronado Patxi Lazoz ha sacado del armario el fantasma de Gürtel para que se dé un garbeo por la aldea local gasteiztarra y que una adjudicataria del Ayuntamiento de Vitoria le encargue informes de impacto medioambiental por valor de 300.000 euros a una empresa vinculada con Francisco Correa no tiene por qué probar nada, ciertamente, pero escama. En la réplica, Alfonso Alonso se muestra indignado porque las insinuaciones de Lazcoz manchen con Gürtel el buen nombre de la muy noble y muy leal Vitoria, ciudad sin mácula. Entretanto, Javier de Andrés se va a Artium no para glosar las obras de Miró u Oteiza que atesora el centro, sino para algo bastante más mundano como pedir que a los pudientes no les abrasemos a impuestos porque lo mismo se molestan. O nos sumergimos en un profundo debate sobre el vergel de la fachada del Palacio Europa o los bancos de la calle Dato. Y mientras los políticos locales se enredan en disputas tan prosaicas, esta semana dos hombres se liaban a tiros en la bodega de la ciudad rusa de Rostov del Don, después de unos tragos, durante el transcurso de una encendida discusión sobre... las teorías de Kant. No digo yo que los políticos vitorianos tengan que plagiar a Faulkner -como en aquel pueblo albaceteño de Amanece que no es poco- o que sus colaboradores le coreen a Javier Maroto aquello de "¡alcalde, todos somos contingentes pero tú eres necesario!". Pero que se pusieran a discutir acaloradamente sobre la Crítica de la Razón Pura kantiana tendría su punto.
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