un bandolero que no tiene nada mejor que hacer decide una mañana enervar a los cuatro mataos del bosque de Sherwood y enfrentarse al tirano de Nottingham para arrebatarle el poder y la chica, con la que come perdices y hasta se apaña con su suegro. Fin de la historia. Dicho así, el arquero Robin Hood -histórico o ficticio, eso ya nos da un poco igual- nunca hubiera hecho leyenda. El relato perdería su magia, que es precisamente la gracia. Salvando las distancias, con la política ocurre algo parecido. "Pero bueno, ¿al final qué han aprobado?", me preguntaba ayer un amigo profano acerca del pleno mientras pasábamos delante del instituto de Becerro de Bengoa que hace de sede del Parlamento de Vitoria. Aprobar, aprobar, creo que nada. Pero, como en la historia de Robin, en la política vasca desde hace décadas no se trata tanto el qué sino del cómo y desde Sócrates sabemos que importan más las preguntas que las respuestas. Desde qué preguntas se hacen uno u otro político hasta su pose en el baile. Y, sobre todo, cómo nos cuentan la película y la empatía que transmiten. Y de eso iba el pleno de ayer, no tanto del qué sino de empatías y del papel que va a jugar cada cual. "Si algún día tuviera que analizar a un entrenador, prescindiría del resultado y examinaría el método", dejó dicho Marcelo Bielsa, un discípulo de Hegel en eso de que lo importante no es el destino, sino cómo llegamos a él. No sabemos dónde nos acabará llevando el carrusel de la política vasca, pero sí al menos ha empezado a andar. Y no, no aprobaron nada, amigo Sancho.
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