EL otro día casi me pega un tipo en el semáforo del Bulevar de Euskal Herria con la rotonda de América Latina. Fue por lo de siempre, y eso que pensaba que nuestros prebostes se habían interesado por la cuestión; qué ingenuo por mi parte, añado. Para quienes no conozcan lo que allí ocurre, voy a intentar explicarlo rápidamente antes de abordar la aventura protagonizada por el hombre violento que he citado al comienzo de estas líneas. Los coches que llegan por ese bulevar hacia la rotonda se encuentran con dos semáforos, uno anterior al paso de cebra y otro posterior, justo encima de las vías del tranvía. En muchas ocasiones, dado el éxito que al parecer supone hacer podio en la rotonda, los coches se apelotonan hasta el punto de que, cuando llega el verde para los peatones, el paso de cebra queda sembrado de vehículos, lo que convierte cruzar la calle en asfalting, el deporte de riesgo más vitoriano. Y eso mismo ocurrió el día en que un tipo casi me pega. Iba yo hacia la calle Honduras. Estaba parado en la mediana de Euskal Herria, montado en la bici. Los coches invadieron el paso de cebra e incluso el trazado del tranvía, totalmente ajenos a la señalización. Llegó el verde para peatones. No había manera de cruzar. Me coloqué por delante del primer coche que impedía el paso a los que allí aguardábamos. Le hice ver a la conductora su error. A su lado había un tipo que me miró fatal. Noté que se cagó en varias personas y santidades antes de intentar salir dispuesto a noquearme. La chica lo detuvo. Cada uno tomó su camino. ¿Llegará la sangre? Quizás otro día.
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