la derecha bárbara -castrense, mercantil o aristocrática- nunca se ha llevado demasiado bien con la cultura -se echa la mano al cinto cuando oye hablar de ella, como decía aquél, y no digamos ya cuando tiene que subvencionarla- ni con la filosofía especulativa. El filósofo, como advierte Daniel Innerarity en La fisolofía como una de las Bellas Artes, "no es el presidente de un holding de Ciencias Varias and Co., no es un hombre para organizar el todo y coronar el edificio científico", pero eso es precisamente lo que busca la cultura positivista o calvinista, que se deja de monsergas y va directamente a la eficiencia, al rendimiento y al resultado. Eso de la navaja de Ockham, la tortuga de Aquiles, las trampas lógicas, el pensamiento dialéctico o aun más el espíritu crítico no son más que patrañas que no nos garantizan salidas profesionales rentables y de futuro. A la reforma impulsada por el ministro José Ignacio Wert se le pueden criticar muchas carencias y contrasentidos en distintos planteamientos prácticos o pedagógicos, pero quizás lo que pase más desapercibido sea ese un transfondo doctrinal que, entre otras cosas, pasa por despreciar áreas como la filosofía o la educación física, procedente de la tradición clásica del mens sana in corpore sano del poeta Décimo Junio Juvenal. Decía Bertrand Russell que el alcance de los filósofos no se mide tanto por sus respuestas, como por sus preguntas. Pero es que ahora queremos chavales competentes que se dejen de preguntas y nos den rápidamente respuestas.