LA guerra civil que asola desde hace dos años Siria con 100.000 muertos -un tercio de ellos civiles, la mitad niños- y seis millones de desplazados constata hasta qué punto la comunidad internacional cuenta con más intereses que capacidades para incidir y en su caso evitar un conflicto bélico. Y esto, que se comprueba en otros enfrentamientos de similar o menor virulencia -Libia o Egipto- en países en los que también brotó la denominada Primavera Árabe, confirma la invalidez que ya se adelantara en la guerra de Irak de las actuales estructuras de control universal, encabezadas por la ONU, para imponer los criterios que emanan de la legalidad internacional por un lado y frenar los diferentes y enormes intereses que confluyen en todo conflicto armado, por otro. Sin ir más lejos y en este caso la relevancia de Siria para el mercado de hidrocarburos, tanto por el gas de su subsuelo como porque allí confluyen dos grandes gaseoductos (uno de ellos conectado con Egipto y Libia) y existen proyectos para otros dos, lo que interesa tanto a EEUU como a Rusia, pero también a China; como por su importancia geoestratégia para Moscú, que tiene en Tartús, segundo puerto del país, controlado por el régimen de Al Asad, su única base naval en el extranjero, desde la que abastece tanto a la flota rusa del Mar Negro como a la del Mediterráneo. De ahí el pulso de las tres grandes potencias sobre la intervención militar y la inhabilitación práctica de la ONU, cuya raíz está en los obsoletos derechos de veto del Consejo de Seguridad, que le lleva a su escaso protagonismo en la crisis siria, con apenas un par de resoluciones hace más de un año, y a la impotencia para hacer cumplir los seis puntos del acuerdo que aquellas reflejaban, resumidos en el cese de las hostilidades, la retirada de las fuerzas de las ciudades y la apertura de un proceso político. En realidad, el organismo que debía velar por la paz y la seguridad mundial y su misión en Siria, la Unsmis, han quedado relegados a analizar, que no determinar, si en uno de los crueles combates se habría incumplido la prohibición de utilizar armas químicas que estipula la Convención que en 1993 amplió el Protocolo de Ginebra de 1925, firmado, por cierto, por 188 de los 195 estados reconocidos por la propia ONU. Y todo ellos retrotrae a los días previos a la última guerra de Irak.