es cierto que los yanquis vienen arrastrando desde hace dos siglos evidentes carencias culturales, pero hay que reconocer su virtuosismo para hacer cine y guerras, en este último caso no tanto para ganarlas como para contarlas. Para ello acostumbran a empotrar a periodistas en las tropas invasoras y, a cambio de protección y de poder participar en vivo en el combate, les suministran información privilegiada que, a su vez, se convierte en la mejor propaganda para que escriban la historia de los vencedores, la cuenten desde su perspectiva y en tiempo real. Algo parecido ocurre con el periodismo deportivo, donde prolifera el forofismo y los clubes se aprestan a empotrar a los informadores en sus filas. El holding del Deportivo Alavés y el Baskonia no es una excepción. Además de ofrecer magnánimamente protección y dádivas a los periodistas empotrados a cambio de un trato complaciente, los clubes tejen también una red de pagos y cobros de favores, patrocinan encuentros privados y comparecencias sin preguntas impertinentes -a veces simplemente sin preguntas- o vetan a esos cronistas incómodos. Son prácticas cada vez más generalizadas en la élite del deporte profesional y de masas -de manera más acusada en el fútbol- pero la pega es que en algún momento de la cadena al público le arrebataron por el morro el derecho a la información, a buscar, recibir y difundir información en manos del poder. Y las guerras -sean deportivas o bélicas- se terminan convirtiendo en batallas de propaganda que dictan los vencedores.
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