BUENO señores, va la cosa para delante. Es curioso -y caprichoso- esto del tiempo. Todo un año para llegar a la imprescindible cita con Celedón, un año que puede ser eterno, que puede ser un lustro, que puede ser una década porque los tiempos son los que son, oscuros y de futuro desgraciadamente cierto: más oscuro aún. Y luego, llega el 4 de agosto y antes de que te anudes el pañuelo al cuello parece que ya estás atravesando la tercera resaca -resaca sobre resaca y sobre resaca una, grande y libre-. Y aquí estamos ya en eso que, pomposamente quizá, llamamos el ecuador festivo y, en cuanto nos descuidemos un poco, estaremos pañuelo al cielo despidiendo las fiestas y, con las pocas fuerzas que queden, pensando en que el calendario ha de correr un año para volver a empezar. En estas disquisiciones espacio temporales ando, sin querer olvidarme de dedicar unas modestas líneas de reconocimiento a todas esas personas que estos días están trabajando como jabatos para que la fiesta siga su curso sin novedad. Piensen en camareros, cocineros, repartidores, pero también servicios de emergencias, por ejemplo, o en periodistas que andan estos días por las calles para contarles lo que se cuece. Y, sobre todo, permítanme un reconocimiento a quienes se dedican a la limpieza, tarea titánica sin duda, especialmente a todos ésos que tras la bajada de Celedón se confundían con las cuadrillas en éxtasis intentando adecentar el campo de batalla. Tuve la sensación de que eran Sísifo empujando la piedra montaña arriba.
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