tOME la toalla, el bañador y sus chancletas azul marino. Llegan las vacaciones para viajar. Los más acomodados a las Seychelles, agua cristalina, un verdadero paraíso? fiscal. O bien a la República de Kiribati, un país isla, donde las palmeras reinan sobre los corales, con una superficie pequeña, casi llano. En la costa vive la gente más bien pobre pero alegre, del coco, el pescado y algo de turismo. No hay delincuencia. En la parte alta y en medio de la selva, dos edificios camuflados, una vivienda y un banco, de la misma persona. Una cuidada carretera accede a este selecto oasis. El país se encuentra en grave peligro por el cambio climático, visítelo antes que desaparezca.
Los 104.000 habitantes y su maravilloso territorio, ideal para vacaciones, van a ser tragados por el mar. El gobierno de Kiribati, desesperado, no tiene tiempo ni recursos para salvar su país. Barajan soluciones dantescas, como construir un muro alrededor de la isla, albergar a los habitantes sobre una gigantesca plataforma flotante (como las de las compañías petroleras) o comprar superficie de otras islas cercanas. Centenares de personas que vivían en zonas costeras han emigrado ya hacia otros países y se han convertido en los primeros refugiados climáticos (estatus reconocido por la ONU) motivado por el calentamiento global. Cuando suba el nivel de las aguas, las dos casas permanecerán a salvo, mientras la población se ahoga. El único náufrago de Forges será el rico. Junto a la palmera tendrá un precioso montón de lingotes dorados, que no se podrá comer. Una buena metáfora sobre el capitalismo.
John Berger cuenta en su ensayo Cada vez que decimos adiós que, durante el último siglo, nunca tanta gente ha viajado. Por voluntad propia, o bien, la mayoría bajo coerción: desplazados, refugiados, ola tras ola de emigrantes, por razones políticas, militares o económicas, emigrando para sobrevivir. Nuestro presente es un viaje a la fuerza. Un viaje a la desaparición o la desesperación. La gente no hace otra cosa que ver a otros, antes cercanos, desaparecer en el horizonte. En tan sólo un lustro, la piel de toro se ha convertido de destino, en salida. Como si al funcionario del aeropuerto, le hubiesen dado la orden de cambiar por la noche los letreros. Una estupenda oferta: sangría (a la población), chorizo, procesiones (de corruptos), toros (cornadas a los derechos sociales), sol y playas con mucho chorizo, un derivado del cerdo. Con una especialidad notoria: el chorizo Royal.
Los yankees tienen billete pagado a Oriente próximo, los franceses a Malí, los españoles a Afganistán. El presidente Obama deportó a más inmigrantes en sus primeros cuatro años que G.W. Bush en sus dos periodos al frente de la Casa Blanca. Según el NY Times para finales de este año, las deportaciones llegarán a 2 millones, casi lo mismo que todas las habidas en EEUU entre 1892 y 1997. El premio Nobel de la paz deporta de media unos 400 mil al año, todo un récord. El río Grande hace honor a su nombre, por la cantidad de cadáveres flotando en sus aguas fronterizas.
¿Cuánto debe subir el nivel del agua en la Península Ibérica para que se ahoguen los corruptos? Los bancos quieren (a través del BCE, la UE y el FMI) prestarnos un paraguas, cuando el agua nos llega al cuello. El ser humano se ha convertido en una excelente mercancía en sí mismo, y debe viajar donde el capital le reclame. Ya no valen planes de futuro, estabilidad o planificación familiar. Tan sólo una palabra: disponibilidad. La maleta hecha para salir con lo mínimo hacia cualquier lugar, sea Alemania (como nuestros abuelos), Noruega (las chancletas, heladoras), China o Australia. Viajes de ida y vuelta, en muchos casos. O no, cuando la tierra prometida se convierte en infierno y no se puede regresar, al gastar el poco dinero que trajeron. Las mejores generaciones de jóvenes de esta tierra, sin horizontes.
En su mensaje navideño, el turista amante de los elefantes afirmó que la justicia ¿es igual para todos? Si lo fuera, su segunda hija estaría ya con traje de rayas; de Armani, si le hace ilusión. Por ello, alguien propuso una excepción a la ley hipotecaria. La que permita el desahucio de los Urdangarin, Bárcenas y similares; y otra que posibilite la emigración de los elementos antisociales, aunque lleven corona o títulos nobiliarios. El mar y las mareas ciudadanas se encargarán de mecer su retiro dorado. En El turista accidental, William Hurt escribe guías de viaje para olvidar la muerte de su hijo Ethan. Un film sobre el miedo a enfrentar la realidad. En El turista forzoso, de la emigración, la guía la escriben las constituciones y el sistema de mercado; el miedo es omnipresente. El ser humano es el único ser vivo que debe pagar para vivir.
En su siguiente viaje, el turista voluntario va a un hotel de 5 estrellas en Cancún, donde la calle no quema, la arena tampoco, es de coral. Su naciente conciencia social le lleva en autobús hasta la población autóctona. Ya no relucen los botones dorados del servicio, ni se sirven mojitos dentro de una piscina interminable. Una desdentada con el hijo a cuestas lava la vajilla en una vieja palangana donde no se ve el fondo. La hija mayor de unos doce años, cuida de otros cuatro hermanos mocosos y descalzos. Tan sólo la madre lleva algo en los pies. Unas chancletas azul marino como las suyas.
Si toma un avión, cerciórese de que no vuela con presidentes. Resultan sospechosos de espionaje. Sobre todo, el premio Nobel de la paz. De todas formas, si no le gusta o no puede viajar, no se quede en casa. Salga a la calle, hay mucho ambiente. Como en el Campamento Dignidad de Mérida, por una renta básica. Todos vivimos en Kiribati.