VUELVEN los dos rombos. O en eso parece que está el Gobierno. Si usted, querido lector, es posterior a la generación criada frente a La Bola de cristal esto le sonará a chino mandarín. Pero sepa que hubo un tiempo en que aparecían en la parte superior de la pantalla televisiva uno o dos pequeños rombos que señalaban que el contenido del programa no era recomendado para determinadas edades. Rebuscando, he encontrado que este sistema estuvo vigente entre 1962 y 1985. Estrujando la memoria, juraría que no fueron coetáneos, pero de algún modo siempre he asociado la jodida figurita geométrica con Canción triste de Hill Street. Como ya ha pasado el tiempo y creo que ha podido prescribir el pecado, confieso que en aquella época me salté, no sé si la ley romboide, pero si la horaria para seguir esta serie, con la colaboración necesaria de mis padres. Desde la fantástica sintonía de arranque al momentazo icónico de "tengan cuidado ahí fuera" de cada capítulo, aquella serie en mi casa triunfó. Triunfó hasta el punto de que, décadas después, seguimos recordando de vez en cuando a aquel genial personaje de un agente que trabajaba de incógnito, ataviado siempre con gorro de lana, gabán viejuno y del que entonces me impactaban aquellos guantes sin dedos. Un poli que siempre aparecía refunfuñando y cabreado, hasta que le llamaba su madre por teléfono. Aquellas memorables conversaciones telefónicas en las que sólo podías imaginar a la madre arrollando al duro policía, que apenas podía articular palabra, transmutado en sumiso cachorro. A mí los rombitos me ponen nostálgica, qué cosas.
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