YA no queda mucho para que llegue el Día del Blusa y parece que al final sí habrá carrera de burros. Si les digo la verdad, me cuesta entender la polémica que se ha suscitado durante estas últimas semanas. El hecho de que nos pongamos a discutir si los animales sufren o si son maltratados durante dicha carrera, con amenazas de denuncia de por medio, no dice gran cosa de nosotros. El caso es que nunca he prestado demasiada atención a los pollinos correteando por el asfalto con un blusa como jinete; tampoco me gustan los caracoles, y eso no me quita la condición de alavés. Sin embargo, fiel a mi espíritu incordión, creo que han faltado algunos elementos en esta polémica de verano. No sé cómo el Ayuntamiento y los responsables de los festejos no se han planteado aún si el conductor del burro debe llevar casco; intuyo que una caída desde el animal puede ser aún más peligrosa que una desde la bicicleta, al menos en el caso de un servidor: conduzco con singular prudencia. Compruebo también, siguiendo la senda de la dos ruedas, tan marcada en esta ciudad más verde que ninguna, que nadie ha solicitado que los burros disputen la prueba por los tramos de tráfico calmado, esas zonas treinta que en ocasiones dan más miedo que bajar Zaldiaran en patinete. Llegados a este punto y comprobada la carencia normativa sobre esta materia, sólo puedo solicitar a nuestros próceres que formen una comisión de trabajo para regular el correcto transitar de los burros durante el 25 de julio. Y después que piensen en lo importante.
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