LA organización Human Rights Watch, con sede en Nueva York, cifra en algo más de un centenar las violaciones llevadas a cabo en la plaza de Tahrir, y en sus inmediaciones. La citada fuente pone el acento en que muchas de las víctimas eran periodistas que cubrían los acontecimientos y añade que fue el pasado día 30 de junio cuando más denuncias hubo.

A la hora y día de escribir este artículo (04.00 horas del jueves 4 de julio) desconozco si en la noche del miércoles volvieron a repetirse tan abominables muestras de machismo. Pero nada hace pensar que tras el anuncio del Ejército de tomar el poder las cosas hayan cambiado. Así al menos puede leerse en las redes sociales.

Es cierto que han sido los propios manifestantes quienes han hecho lo posible (separando a hombres de mujeres, entre otras medidas) para que tan depravadas conductas no se produjeran.

Lo ocurrido no tiene por qué empañar las ansias de la inmensa mayoría de vivir sin el yugo que los islamistas, pero desliza la sospecha de que, tal vez, los asistentes podrían haber hecho algo más. ¿O acaso el éxtasis impidió ver cómo arrastraban a la víctima para someterla a toda clase de vejaciones?

Atribuir a la naturaleza de los autores un fanatismo feroz contra la mujer (exonerando así a la inmensa mayoría de los manifestantes en Tahrir) implica un cierto grado de complicidad que no se corresponde con lo que se pretende en el inicio de cualquier revolución: cambiar las cosas para que nunca más puedan volver a ocurrir.

Tal vez por estos considerandos sería de agradecer que estas violaciones sean investigadas y sus autores condenados tras el juicio de rigor. Sería todo un detalle que las actuales autoridades pusieran de su parte los medios necesarios capaces de evitar la violación de cualquier persona.

La complejidad de la sociedad egipcia, la fragmentación política existente, la falta de recursos económicos, el fallido intento de "normalizar" la vida tras el derrocamiento de Mubarak, la fuerte implantación social de los Hermanos Musulmanes y la ausencia de un líder carismático entre los laicos son factores que, sin duda alguna, se encuentran en el antes de la asonada militar. Lo que ocurra después será cosa de lo que respondan los propios egipcios cuando se trabaje en una nueva Constitución (la anterior, de corte islamista, fue refrendada con el 35% de participación y un 64% de votos favorables) que garantice, entre otros empeños, la dignidad de la persona en toda su extensión. Que permita a las ciudadanas ser mujeres libres y no objeto de satisfacción puntual.

El perfil castrense egipcio es más próximo al laicismo que a un islamismo al que se sometió el derrocado presidente. Tal vez por ello su papel va a ser el de moderar los impulsos de unos y otros (seguidores y detractores de Mursi) para evitar que se enzarcen en una guerra civil.

De momento el ministro de Defensa Abdel Fatah al Sisi ha ordenado el cierre de la televisión de los Hermanos Musulmanes, la clausura de Al Jazzera y la intervención de la cadena catarí Al Yazira. De igual modo el militar ha ordenado el arresto de destacados islamistas. Más de medio millar, según informan algunas agencias internacionales.

Para los interesados en el dato indicar que Obama no ha condenado el golpe, aunque ha mostrado su preocupación ante lo que se avecina. Para algunos, este gesto significa un respiro por librarse del potencial peligro de tener frente a Israel a todo un Estado islámico.

La situación egipcia, con sus matices, recuerda lo ocurrido en Argelia cuando los islamistas se hicieron con el poder en las urnas y los militares decidieron arrebatárselo. En aquella ocasión fueron muchos los países que pusieron el grito en el cielo por aquel gesto tan antidemocrático.

Lo ocurrido después sólo hay que recordarlo como un baño de sangre con atentados indiscriminados por parte de radicales islamistas que entre oración y oración violaban a toda aquella mujer que se ponía a su alcance.

Que los militares hayan torcido el rumbo de la deriva islamista en Egipto llena de incertidumbre un futuro que, visto lo visto, deseo esté protegido por un uniforme antes que por un violador.