en una turbadora secuencia de El Padrino III, el sicario Vincent Mancini (Andy García) le sugiere al capo Michael Corleone (Al Pacino) que incremente el número de pistoleros. A lo que este le replica: "No necesito más matones, necesito más abogados". Es casi imposible encontrar personajes más verosímiles que los creados por Mario Puzo en su novela -autor que jamás pisó Sicilia, ni siquiera estuvo en Italia- y retratarlos con la fidelidad que lo hizo Francis Ford Coppola en su magistral trilogía. No hay famiglia que maneje los códigos del hampa como la de don Vito Corleone, consiglieri que pueda compararse con Tom Hagen o esbirro que se pueda medir con Clemenza. Esta ficción debería enseñarse en los colegios, no sólo como ejemplo de la buena literatura y del séptimo arte, sino como capítulo fundamental de nuestra controvertida historia contemporánea.
Una de las imágenes más repugnantes que la televisión escupía días atrás es la de Miguel Blesa, un nota metido a banquero de fortuna, que tras pasar fugazmente por el trullo suelta, entre otras perlas cultivadas, que no se arrepiente de nada de lo que ha hecho. Y lo dice con inflexión altanera, satisfecho, seguro de sí mismo, protegido por la proximidad de sus abogados y frente a una pobre mujer con un cartel en la mano que dice Contra el fraude de las preferentes, mientras ésta se desgañita con todo tipo de improperios entre la nube de reporteros que cubre la noticia. Es el retrato más desolador de la impunidad.
Cabe añadir que el juez que instruye el caso, Elpidio José Silva, manifestó públicamente sentirse presionado por poderes políticos y mediáticos, naturalmente contrarios al encarcelamiento del susodicho, y que la Fiscalía del Estado -órgano que depende jerárquicamente del Gobierno- puede que todavía le acuse por prevaricación.
Recientes estudios constatan que desde la instauración del imperio de la burbuja inmobiliaria, se contabilizan más de 800 casos de corrupción y casi 2.000 detenciones, siendo sus principales responsables los dos grandes partidos, PP y PSOE. Sin embargo, desde la irrupción inaugural del saqueo público a manos de delincuentes disfrazados de concejales de urbanismo, constructores y acreditados bufetes de abogados, la fechoría y el bandidaje corporativo ha ido mudando de disfraz.
De aquel olvidado caso Ballena Blanca, el Supremo dictó sentencia para 5 de los 19 acusados. Entre ellos, su cabecilla, el abogado Fernando del Valle, condenado a cinco años de cárcel por blanqueo de capitales a través de más de mil sociedades, muchas de ellas domiciliadas en paraísos fiscales. A raíz de su detención, se divulgaron imágenes de su colección de coches de lujo y de suntuosos inmuebles, además de su afición a contratar exclusivamente letradas para su despacho. El juicio arrancó en marzo de 2010 con mucho ruido, incluso no exento de polémica. Sin embargo, a día de hoy Fernando del Valle ha recuperado parte de su patrimonio, sólo estuvo seis meses a la sombra, hace poco que reabrió su bufete de abogados en Marbella y hay serias dudas de que vuelva a dormir entre rejas, entre otras cosas porque seguramente solicitará su indulto al Gobierno, algo parecido a lo que hará el también abogado y presidente del Sevilla, José María Del Nido, si el Supremo confirma su condena de siete años por el caso Minutas, otra de las piezas de lo que fue el hediondo puzle marbellí.
Pero de aquellos casos de corrupción y megalomanía de carnaval, de féminas rellenas de silicona y tipos con atuendo de macarra luciendo palmito por las costas españolas -casi todos procedentes directa o indirectamente de una política municipal en estado de descomposición-, hemos pasado a los macroprocesos de Rolex, gomina y traje de raya diplomática, como los casos Gürtel, Bárcenas, Nóos, Palau, Palma Arena, etcétera, con extremidades que penetran en todos los estamentos del Estado, desde la familia real hasta el chófer de un consejero de la Junta andaluza. Y lo insultante de todo es que semejante guiñol está ocurriendo en el mismo lugar y a la misma hora que una gran parte de la población atraviesa penurias que desconocía.
Pero hay más, y es la aparente tranquilidad con la que este Gobierno y el partido que lo sostiene se despachan en el día a día como si esto fuera así desde la noche de las calendas, como si no hicieran otra cosa que lo que otros ya habían hecho (origen del patético y-tú-más). Y cuando prácticamente no hay tregua para coger aire entre la irrupción de un caso de corrupción y el siguiente, aparecen los sobresueldos que presuntamente cobraban cuarenta dirigentes del PP entre 1990 y 2011, unos 22 millones de euros que se repartían mientras predicaban austeridad y nos echaban en cara vivir por encima de nuestras posibilidades, los mismos tipos que a día de hoy siguen diciendo que es preciso moderar los salarios y abaratar aún más los despidos para ser competitivos.
Lo sorprendente de la corrupción y el actual estado de cosas es que viajan en sentido inverso a la historia que narra Mario Puzo en su novela. Don Vito Corleone tuvo un sueño feliz: que la próxima generación de su familia llegara a codearse con el mundo respetable. Llegó a imaginar a un hijo congresista con la influencia y el poder legal que él nunca pudo tener, ni siquiera comprar. Pero la realidad con la que algunos sueñan aquí, desde despachos y cargos supuestamente respetables, es lo contrario: acabar con la respetabilidad para entrar a formar parte de una trama corrupta.