cada huelga general parcial que se plantea en Euskal Herria -y digo parcial porque salvo raras excepciones, nunca coinciden en su convocatoria los sindicatos nacionalistas y los constitucionalistas- genera un gran movimiento de placas tectónicas entre los propios sindicatos, entre la fragmentada clase obrera, los movimientos sociales, las clases medias laboralmente activas, el funcionariado, las pequeñas empresas familiares y la ciudadanía en general. Cada convocatoria supone pasar el Rubicón de la deseada unidad, al parecer ya inviable e incluso intrascendente. Y también genera no pocas dosis de ansiedad y desconcierto.
Evidentemente, los sindicatos exprimen sus razones al máximo para justificar sus posturas. Pero estas explicaciones no tienen nada que ver con el sentir de la clase obrera y la ciudadanía más castigada por la actual contrarreforma del Estado Social, que son sujetos históricos y esto significa intuir sus circunstancias, realidades y contradicciones.
Sobran razones para dar un golpe de estado social, para pelear, para tomar la calle, para reventar el asfalto. Eso lo sabemos todos. Y es que ya no queda nada por explicar, ni queda nadie sin concienciar acerca de la necesidad de romper amarras con este modelo económico y social. Pero se trata de encontrar la manera de hacer más efectivo ese desasosiego y gestionar esas ganas de romper con el techo de la conformidad de obligado cumplimiento impuesto por el miedo, la desconfianza y la desunión.
Los líderes sindicales se han empeñado en explicar las razones de la huelga general. Pero el diagnóstico de la situación es claro y contundente, no necesitamos más explicaciones y en esto coincide casi toda la izquierda. La clase obrera no necesita a estas alturas de la crisis para ser convencida de su estado de malestar progresivo, lo padece a diario sin que nadie se lo recuerde. Lo que sí precisa ser analizado es el efecto comparado de esa llamada a la huelga general. Y esto no se hace. Porque cuando la ciudadanía es convocada se mueven muchas estrategias personales, sociales, laborales, comunitarias, económicas, ideológicas o políticas. Y pareciera que sólo estas últimas importan, pero siendo importantes, no son únicas.
Hay un proceso reiterado de huelgas generales en Euskal Herria desde 2009. La de ayer fue la octava. Cuatro de ellas han sido convocadas por ELA y LAB, otras dos por UGT y CCOO y solo en una, el 29 de marzo de 2012, coincidieron separadamente. Este proceso debería servir para analizar las estrategias y los logros, si es posible encontrarlos más allá del deseado índice de movilización sindical, y sobre todo los efectos conseguidos. Pero esto no se hace. Incluso plantearlo cuesta. Da la sensación de que todo esto sobra y que lo inmediato es la movilización. Dejar constancia del desacato al precio que sea. Pero una movilización sin objetivo creíble, ponderado, dialogado, asumido, contrastado, deseado y sin efectos reales inmediatos, puede generar un efecto contrario.
Esta estrategia reiterada de convocatorias de huelga general, pese a existir razones sociales para su articulación, no logra los efectos que las direcciones sindicales se plantean. Y la convocatoria podría generar no una lucha vertical contra el poder económico, sino una lucha horizontal entre intereses comunes de trabajadores afiliados contra no afiliados, afiliados a UGT y CCOO contra afiliados a ELA y LAB, de trabajadores activos contra inactivos, trabajadores con contratos muy precarios contra compañeros más protegidos, funcionarios contra laborales contratados y así un buen número de situaciones de muy diversa especificidad que deben ser tenidas en cuenta. Porque hoy la lucha de clases no es vertical, de abajo a arriba, sino horizontal, entre sectores de la misma clase. Y eso es una imposición del capital.
La huelga general sin más pretensión que la de paralizar el país se queda corta en su exigencia. Porque esto puede ser asumido por el poder económico, fagocitando y absorbiendo su efecto. Paralizar el país un día no supone económicamente nada, pese al griterío mediatico de la derecha y los empresarios. Debería llevar consigo una serie de estrategias y acciones continuadas y consensuadas en el tiempo que influyeran definitivamente en las estrategias de producción y, sobre todo, de consumo, pilares del capitalismo global.
Por otro lado, los sectores del paro y la pobreza están en huelga permanente y sin embargo no se sienten representados ni llamados a las filas de la insurrección, salvo grupos de vanguardia. Sus estrategias vitales no tienen nada que ver con el funcionario o el obrero que cobra 1.800 euros. En ésta y en otras convocatorias ha faltado esta sensibilidad.
Convocar una huelga general requiere algo más que razones. Y la unidad sindical y social, pese a ser difícil de lograr, hay que gestionarla hasta que se demuestre que no lograrla es más beneficioso que hacerlo. Y de momento esto sigue siendo un reto.