el 25 de marzo de 1911 tuvo lugar un incendio en la fábrica de camisas Triangle Shirtwais de New York. El fuego causó la muerte a 126 trabajadoras textiles y a 17 hombres, que murieron en aquella antorcha funeraria debido a las quemaduras, la inhalación de humo o al aplastamiento por derrumbes. La mayoría de las mujeres eran inmigrantes de la Europa del Este, judías e italianas, de 14 a 23 años de edad.
Las trabajadoras se habían encerrado en la fábrica como forma de protesta frente a las condiciones laborales inhumanas en las que desarrollaban su trabajo. Reclamaban mejoras salariales, reducción de jornada laboral, descanso dominical, el fin de la explotación de niños y niñas, control de las condiciones de higiene y seguridad. Exigían un trato digno, en el polo opuesto de las condiciones descritas por una de las obreras: "En esos agujeros malsanos, todas nosotras trabajábamos entre 70 y 80 horas semanales, incluidos los sábados y domingos". El dolor ante las muertes encontró el fatal añadido de la desesperación frente a una tragedia que se produjo por la imposibilidad de salir del edificio en llamas. Los responsables de la fábrica habían cerrado las puertas de salida.
Aquel 25 de marzo de 1911 conmocionó a una clase trabajadora que levantaba banderas de reivindicación por las calles del mundo y dio paso, junto con otros movimientos de las mujeres feministas de principios del siglo XX, a la posterior celebración del 8 de Marzo como Día Internacional de las Mujeres. La leyenda susurró que aquel día de gritos y fuego el color del humo que se veía en la distancia era violeta, símbolo del feminismo y de la lucha de las mujeres por sus derechos y libertades.
Han pasado más de 100 años desde aquel fatídico día. Se han encontrado respuestas a diferentes problemas que amenazan a los seres humanos. En la ciencia, en la tecnología o en la medicina parece que se ha avanzado con pasos de gigante que serían suficientes para garantizar el progreso y la mejora de las condiciones de vida de la Humanidad. Así, en mayúsculas, la Humanidad. O sea, la mejora de las condiciones de vida de todas las personas. Ha pasado un siglo.
En noviembre de 2012 otro incendio en un taller textil se cobró la vida de 111 empleados, en su mayoría mujeres, en un suburbio de Bangladesh y de nuevo las condiciones de vida de las trabajadoras salieron a la calle denunciando la miseria y la esclavitud en la que se encuentran.
Hoy, unos meses después, en la inmediatez de la llegada de noticias desde cualquier lugar del mundo, nos hablan de más de 600 muertos y más de 2.400 heridos tras otra tragedia ocurrida el pasado 26 de abril en el suburbio de Dacca, en Bangladesh, cuando un edificio de ocho pisos con más de 3.000 trabajadores -en su mayoría mujeres jóvenes- se desplomaba y se convertía en una enorme tumba que volvía a mover las conciencias de la humanidad -ésta con minúsculas-, la que se revuelve para continuar en el mismo sitio. La que permite y la que permanece anestesiada frente a la injusticia y la maldad.
El edificio se había construido sobre suelo inestable y sin los permisos adecuados. Miles de mujeres y niñas, el 90% de la mano de obra de una industria textil que emplea a cerca de 3,6 millones de personas y representa el 17% del PIB del país, malviven cosiendo ropa de moda para empresas minoristas occidentales. Con ingresos de 38 dólares al mes se levantan y acuestan entre la pobreza de una familia a la que no pueden alimentar y la angustia de que algo se interponga en sus vidas y les impida seguir ganando esa miseria. Seguirán apareciendo cadáveres mientras me pregunto cómo se puede gestionar este desastre, de qué manera parar la explotación esclavista.
En el siglo de más libertades, mejor formación y preparación debe ser posible generar riqueza sin especulación, sin opresión, debe ser una opción no utópica la decencia en las actuaciones empresariales y gubernamentales. Tiene que poder la ética frente al horror, la dignidad frente a la maldad. Tiene que vivir la vida frente a la muerte sin sentido.
Hay un humo violeta, anhelo de libertad y justicia, que despide con llanto a todas ellas, en la promesa de no olvidarlas, en el juramento de continuar una lucha que permita cambiar este mundo. Es lo que en este momento merece la pena.