estamos sumergidos en una profunda crisis -no sólo financiera- con graves repercusiones en nuestras economías particulares y en la armonía social. Así se ha generado un tremendo relajo y abandono de las normas de educación y relación, haciendo honor al lema de todo vale. Los principios sociales de cortesía están siendo vulnerados constantemente al amparo de la libertad individual y del recuerdo de los viejos y rígidos esquemas de épocas anteriores. Es un error.
En la sociedad, con el fin de que la convivencia no sea un caos, hay normas jurídicas que obligan al ciudadano. Para eso se han acordado distintos códigos que vertebran a las relaciones sociales y salvaguardan los derechos. Si no existieran estas normas, habría que inventarlas. Sin embargo, los principios de cortesía y educación son normas difusas que invitan al ciudadano a cumplirlas so pena de reproche de la propia sociedad.
El respeto es la principal premisa en las relaciones sociales. Es la consideración debida hacia las personas como escuchar y no interrumpir, no hacer bromas que puedan ofender, así como evitar preguntas indiscretas y, por supuesto, no insultar. En definitiva, estimar al prójimo.
La puntualidad es el cuidado y diligencia en la realización de las cosas y llegar a tiempo al lugar y a la hora fijada. Respetar el compromiso contraído con la cita sin retrasarse ni tampoco adelantarse. Debemos desterrar los tiempos de cortesía, esas prórrogas de tiempo que en realidad son un premio a la impuntualidad. Nos hemos acostumbrado a que los impuntuales nos marquen la agenda.
La amabilidad es un valor cada vez más escaso y que, como las partidas presupuestarias públicas, está sufriendo grandes recortes. La amabilidad busca eficacia y prosperidad. Así lo expresaba el emperador Constantino ordenando a sus funcionarios que el trato con los súbditos fuera amable y distinguido. Es un síntoma de bienestar. Cuesta poco utilizar las expresiones gracias o por favor, que no son protocolarias, sino palabras mágicas.
La sensibilidad es la capacidad que tienen algunos individuos para percibir sensaciones y emociones y empatizar con los demás sus problemas e inquietudes. Es una disposición comprensiva.
El autocontrol es la capacidad del individuo para controlar sus impulsos y reacciones. Muy difícil de ejercer en determinadas ocasiones, pero muy apreciada y valorada ante uno mismo y en las relaciones sociales. Tan importante como decir lo que se piensa y se siente es cómo se dice.
A estos valores básicos hay que añadir el saber estar, los buenos modales, la corrección y la cortesía. Todos ellos reflejan un comportamiento culto, no cursi ni encorsetado. Por ejemplo, no usar el teléfono móvil en una ceremonia, no hablar a gritos y evitar solapar las conversaciones haciendo que se conviertan en gallineros. Tenemos que recuperarnos económicamente, es cierto; pero también recobrar ciertos valores cívicos y de convivencia que nos ayuden a ser mejores.