vivimos rodeados de múltiples casos de escándalos y de corrupción. Basta una conversación en un bar, una peluquería o un taxi para observar el estado de indignación popular. Sin duda, Bárcenas es más conocido que cualquier ministro. El atleta sudafricano Pistorius -acusado de matar a su novia en San Valentín- también se ha ganado su espacio de gloria, con el mundo pendiente de ver si le conceden la libertad condicional o si lo encarcelan directamente. Y así sucesivamente.
Sin embargo, toda la vida ha existido corrupción y, tristemente, sabemos que seguirá existiendo. Quien menos esperamos realiza escándalos inesperados: "¿Cómo ha podido asesinar a su novia? ¿Cómo ha podido robar tanto si ya tenía la vida resuelta?". Por lo tanto, está claro que la corrupción, los escándalos y los robos son parte de la condición humana.
Debemos tener en cuenta que en situaciones de crisis somos más sensibles a la corrupción. Cuando la economía va bien entendemos -aunque no debería ser así- que en ciertos puestos alguien se quede con su mordida y repetimos el mantra de que "yo haría lo mismo" o "no roba el que no quiere, sino que no roba el que no puede".
Ahora bien, esto es sólo el aperitivo. A lo dicho, ¿por qué ocurre todo esto? Hay tres factores principales: el poco a poco, la relajación personal y la levedad del castigo en caso de ser descubierto.
El factor poco a poco implica que nadie comienza robando de un plumazo millones de euros. Simplemente, alguien observa que puede coger un poco de dinero sin que nadie se da cuenta. O bien concede un contrato a un empresario conocido, o da un puesto de manera fraudulenta a un pariente o un conocido. Pensamos que por un poco más no pasa nada. Y para cuando nos damos cuenta, no hay vuelta atrás. Por desgracia, la única solución es cortar por lo sano desde el principio. El factor poco a poco afecta a nuestra vida cotidiana: quien deja el tabaco sabe que no se puede permitir volver a fumar un solo cigarro; quien está a dieta, decide dejar los postres y un día cae en la tentación. Ahora ya es más fácil que sucumba a este placer más a menudo.
El factor relajación personal es el menos obvio y el más interesante por lo desconocido. A partir del efecto halo tendemos a pensar que un famoso es una persona ejemplar en todos los aspectos de su vida. De hecho, todos hemos catalogado a las personas como buenas o malas. Sin embargo, esa clasificación es falsa; ya que todos sin excepción tenemos nuestras luces y nuestras sombras. Y todos hemos sido buenas personas en unos contextos, malas personas en otros. La distinción es falsa y absurda.
Es por eso que casos como el de Tiger Woods, Iñaki Urdangarin, Lance Armstrong o David Pistorius nos dejan asombrados. Sin embargo, lo más curioso es que, estadísticamente, es más fácil que una persona de estas tenga un escándalo de los que cometió por el principio de la relajación personal. Es decir, soy tan bueno en lo que hago que me puedo permitir algún desliz. Si una persona ha tenido un día duro de trabajo, se premia con una película, una buena cena, una copilla o cualquier vicio (incluso una dosis de mal humor que paga su familia). Si vivimos de forma espartana en nuestro trabajo, es más fácil que nos dejemos llevar en alguna otra faceta de la vida. Por lo tanto, estas personas que nos parecen tan ejemplares tienen más posibilidades de tener pecados por otro lado.
El factor levedad del castigo es conocido por todos. Con todos los casos conocidos de corrupción, ¿quién ha entrado a la cárcel? Nadie. Además, a ello se le suman los indultos, la prescripción y que sea legal mentir en el juicio si es para defenderte. En consecuencia, es obvio que si veo que el castigo es pequeño, tengo más incentivos para corromperme.
Así, ya podemos sacar conclusiones en aras de evitar la corrupción. Nada podemos hacer en los dos primeros factores, ya que están dentro de la condición humana, pero sí en el tercero. ¿Y qué se ha hecho? Los indultos han aumentado, la prescripción por corrupción no ha variado y Luis Bárcenas ha ganado el premio a gestor financiero del año.