dicen que la elección del Papa es del Espíritu Santo, pero me temo que la libertad que Dios nos ha dado a todos -también a los cardenales- da pie a que la elección de muchos pontífices se haya fraguado desde la miseria humana y no siempre el elegido fuera el querido por Dios; como en tantas otras situaciones de la vida, aunque luego el amor divino siga siendo el motor de la historia. Las votaciones comienzan y el nuevo Papa deberá afrontar sin demora algunos temas desde el primer día.
La Iglesia institución necesita un agiornamiento más allá de un toque de chapa y una mano de pintura. Y el nuevo Papa va a tener algunas claves en su mano: 1) Renovación de la Curia, un órgano obsoleto que no da más que problemas al haberse convertido en un nido de poder alejado del evangelio. 2) Desaparición del Estado de la Cuidad del Vaticano, un órgano político con sus ministros (prefectos) y embajadas (nunciaturas) que transmite decadencia, boato y está fuera del tiempo actual. 3) Actitud firme contra la corrupción, sin contemplaciones y caiga quien caiga, como hizo Jesús con los negocios que prosperaban a la vera del Templo. 4) Abordaje sereno de otras cuestiones inaplazables como el papel del laico en la Iglesia, el de la mujer, el celibato de los presbíteros, la recuperación de la autonomía de los obispos y la manera de nombrarse, así como la desaparición de las prelaturas personales. 5) Volver a lo esencial del evangelio: sencillez en las formas, amor misericordioso y denuncia profética hasta hacernos reconocibles como la iglesia de los preferidos de Cristo, sin ataduras frente los poderosos varios. 6) Diálogo como norma básica con el mundo, con la posmodernidad, con el diferente, con la ciencia, con el otro.
¿Habemus Papam capaz de encarar con valentía estos retos? Las quinielas están muy abiertas y casi nunca se acierta. Más que quinielas, apunto nombres que me parecen los más adecuados para este tiempo, sabiendo que Juan XXIII no era a priori el perfil adecuado para abrir un nuevo Concilio y mucho menos para revolucionar la imagen y las prácticas del catolicismo del siglo pasado. El cardenal hondureño Rodríguez Maradiaga sigue siendo uno de los más sólidos candidatos para impulsar esa tarea ingente; el mexicano Francisco Robles Ortega, poco conocido en los pasillo del Vaticano y por tanto más libre, es muy capaz. Así como el canadiense Marc Oullet o el estadounidense Sean O´Malley, vetado por los intrigantes e inmovilistas, que tiene el mérito añadido de haber sido capaz de limpiar sin paños calientes la pederastia en Boston. Cualquiera de los cuatro. Y en un segundo nivel, el austriaco Christopher Schonborn, enfrentado a Bertone y convencido de la limpieza imprescindible de las malas prácticas de la Curia vaticana.
No se trata sólo de tener un nuevo Papa, sino de que salga elegido uno capaz de poner orden entre tanto escándalo vaticano y que a la vez desestabilice una concepción de Iglesia que, aun hoy, Justiniano estaría encantado, aunque distorsiona gravemente la atención sobre el mensaje de la Buena Nueva evangélica enseñada por Jesús: la fe sin obras -de amor, misericordia o perdón- es una fe muerta. Si los cardenales quieren, sale seguro el candidato del Espíritu Santo; y en cuanto se ponga a seguir su senda, no descartaría que se convirtiese en un Papa mártir.