Siempre han existido juglares, que han sobrevivido sorteando a todos aquellos que -todavía hoy, y más de lo que imaginan- acostumbran a expiar sus pecados con la secular costumbre de matar al mensajero. La aparición de La Gazette en 1631 sólo cambió que ya no tenían que andar de plaza en plaza con un laúd bajo el brazo y les bastó con hacerse periodistas. Luego vino la radio, la televisión, internet y demás filigranas -que nunca llegarán a la revolución de Gutenberg-, pero la historia sigue siendo la misma: contar las verdadades del porquero o, como diría Orwell -traído a colación por nuestro cronista Javier Urtasun-, publicar lo que alguien no quiere ver publicado. Quienes pontifican con la muerte de la prensa a manos internet nunca se enteraron de esto, que la cuestión no está en algo tan trivial como el sorporte, sino en los contenidos y en las historias, sean contadas con laúd, en papel, en algoritmos digitales o por señales de humo. DNA saca hoy a los kioskos su ejemplar número 3.000 y atesora ya 30.000 lectores -como si cada día se nos sumaran diez- y su mandato, que a nosotros nos exige algo diferente y ser el otro, nos plantea cada día el desafío de sortear los temporales y no quedarnos anquilosados en un periodismo aburrido y vocero del poder de turno. Hoy arrancamos con la nueva sección Araba, una renovada y fortalecida apuesta local con información más cercana, más viva, más callejera y otra narrativa periodística. Y es que lo importante sigue siendo la historia y -como decía García Márquez- "llegar al corazón de los lectores".
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