una gran mentira cumple hoy 10 años. Me refiero al atentado perpetrado contra el diario en euskara Euskaldunon Egunkaria, bajo el argumento del todo es ETA, en forma de cierre judicial. Mientras presenciaba el registro de la delegación de Vitoria-Gasteiz en calidad de testigo, así como en los días posteriores, no supe calibrar bien todo aquello, bastante teníamos entonces con reconstruir la tierra quemada. Pero al poco tiempo intuí que había sido una operación de castigo con vocación ejemplarizante. Un golpe del Estado en el plano de lo simbólico contra el imaginario colectivo vasco. Lo advertí cuando supe que habían torturado a Martxelo Otamendi. Quien maltrata a alguien como él sabe que es cuestión de tiempo que se enteren en medio mundo. La cosa es que se trataba, precisamente, de que los detenidos lo relataran con todo lujo de detalle al salir del secuestro para que así decenas de miles de cerebros procesaran e integrasen el ejercicio de autoridad suprema que de aquello se desprendía. Y salió una muchedumbre a protestar, algo emocionante y necesario, pero también fue la prueba del éxito del impacto buscado en la psicología de las masas. El electro-shock había tocado la fibra.

Había otra cosa a tomar en cuenta. Fue un asalto contra la avanzadilla de la frágil caravana de la construcción nacional vasca, la euskalgintza. Y es que -hoy lo vemos tan claro, entonces no tanto- la soberanía se roba, no se concede graciosamente; se arranca, no se recibe; se construye y no se aguarda. O te lo curras o no hay nada que hacer. Unilateralidad o seguir en el barro. No esperar a que el enemigo ceda espacios, no perder el tiempo esperando hasta que te dé lo que jamás te dará porque no le conviene. El Estado español sabía que Egunkaria encarnaba bien ese universo de proyectos encauzados en Euskal Herria en el ámbito popular. Había que actuar contra la soberanía-en-la-práctica, neutralizarla, cortocircuitarla y acogotarla, enseñoreándose en el autoritarismo que emana del mazazo del quién manda aquí.

Todo eso era muy relevante y por eso se hizo como se hizo. Se aprovechó el inigualable contexto mediado por los atentados del 11-S. Era la gran ocasión para lanzar, además, un mensaje de calado en los previos del amago soberanista del plan Ibarretxe. Ya sabemos que Aznar se atrevería si contaba con la coyuntura de un viento a favor. Luego quedó todo en agua de borrajas, y hasta incluso les vino bien que el juez dictaminara el absurdo en 2010, pues eso vuelve a golpearnos en términos de impunidad y humillación.

Aterrizamos en el presente para enlazar ideas y entender por qué enormes mentiras de ayer se entreveran con las del presente para darnos una idea global de las cosas. El presidente español asiste hoy atribulado y más silbante que nunca al espectáculo que han traído consigo organismos putrefactos. Pero yo no olvido, con el cadáver de Egunkaria aún caliente, cómo declaraba que era "claramente inmoral" el dinero que instituciones vascas destinaban a Egunero, diario inmediatamente posterior al clausurado. Y no lo olvido porque los papeles de Bárcenas dicen que Mariano Rajoy ingresaba 12.620 euros mientras decía tal cosa; un 24 de febrero exactamente, cuatro después del cierre. ¿Inmoralidad?

Esos mismos apuntes contables señalan que, poco después, mientras algunos hacíamos cola en el Inem, Pedro Arriola, mano derecha del a la sazón presidente Aznar, recibía una ayudita en B cifrada en 120.000 euros. Hablando de indecencias, según se cuenta, cobraba justo una semana después de que su jefe pusiera en marcha junto a Bush y Blair la agresión contra Irak, una matanza y un expolio.

Hoy uno no puede evitar la tentación. En 2003 el Estado responsabilizó a toda una empresa de una eventual actuación delictiva de sus directivos, una aberración que fue impulso recurrente en la década prodigiosa de la llamada democracia española, por cierto, egomaníacos jueces que hoy aúllan sus penas incluidos. Y digo yo: ¿qué tal aplicar esa misma doctrina hoy y poner fuera de circulación a todo un partido por el hipotético delito de muchos de sus dirigentes? Y luego a la Corona y luego al empresariado... Despertemos del sueño. En pantalla habla un presidente salivante. ¡Es falso! Nos guiña un ojo pero no es de complicidad. Y no deja de tener razón: efectivamente, todo era mentira, todo no era ETA; y la democracia española no era tal, las dos Españas nunca se reconciliaron, la modélica Transición fue una burda parodia, es incierto que la mayoría en Catalunya desee continuar como hasta ahora y lo es también en el caso vasco; el milagro español no era sino una burbuja ficticia, su sistema financiero un queso gruyere, la feliz España de las autonomías una irrealidad, el bipartidismo es paraguas de gestión de un negocio mafioso y el pacto social una entelequia para tener la calle en paz. Se desmonta el decorado postfranquista.

Poco después del cierre de Egunkaria así escribía el antropólogo vasco Joxe Azurmendi en el libro de Lorea Agirre Gezurra ari du: "Menturaz, denek elkarri gezurra esanez, denek elkarri sinesten ikasi dute". Y sí, es algo así.

El caso vasco ha sido el gran laboratorio de la mentira. A muy pocos les pareció importar en España. Sin embargo, así se iba cociendo a fuego lento la pústula que hoy estalla y lo llena todo de pus.