BUENO, dos películas que conviene repasar en los próximos días, y no estoy hablando de los Goya entregados anoche, aunque aprovecho para recordar al amigo Calderón de la Barca, aquello de la vida es sueño que, tuneado, nos puede valer para afirmar la vida es arte y, más concretamente, cine. Si hace unos días hablaba en estas líneas de Los intocables -¡si hasta Bárcenas luce el mismo abrigo que Al Capone en la película!-, hoy me apunto como tarea repasar un par de pelis, a saber, Las sandalias del pescador y El Padrino III. Confieso que soy fan, pese a aquéllos que la denostan, de la segunda. Y a ver quién es el guapo que tira la primera piedra y no admite que cuando la ira de Michael Corleone se desata contra los tahures del banco del Vaticano, con una variedad de formatos de asesinato digna de la más malévola y creativa de las mentes -mi favorita, ya que estamos, patilla de gafa en la yugular- tuvo que contenerse las ganas de aplaudir. Como colofón, Coppola abunda sobre la teoría de la conspiración en torno al brevísimo papado de Juan Pablo I, un pontífice que en la película aparece retratado como un hombre justo, honesto, dispuesto a limpiar el lodazal vaticano. Echen un vistazo a los periódicos de estos días, porque Benedicto XVI, además de parecerse al emperador de La guerra de las galaxias, es llamado en algunos artículos el barrendero de Dios, o al menos aspirante a ello, porque casi todos coinciden en su fracaso en lo que han llegado a denominar nido de lobos. A veces, la realidad supera a la ficción.
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