el perturbador dibujo de situación del tejido industrial -"se nos está muriendo", afirmó- que efectuó ayer el presidente de Confebask, Miguel Ángel Lujua, supone su tercera alarma pública en menos de un mes tras anunciar una previsión que incluía la pérdida de 1.700 empresas y 22.000 empleos este año y advertir poco después en su blog, en alusión a la economía vasca, que "el enfermo se nos va a morir". Evidentemente, el empresariado vasco tiene motivos para la exacerbada preocupación que muestra su presidente. No en vano, los datos esgrimidos -6.896 empresas cerradas desde el inicio de la crisis, de las que 1.839 se perdieron el pasado año y 639 este enero- revelan la fragilidad del entramado económico. Ahora bien, cabe preguntarse si la reiteración de un mensaje angustioso, una interpretación pesimista y la incidencia en los aspectos más negativos no pueden llegar a convertirse en un factor contraproducente para la recuperación. Porque, sin negar que el presidente de la patronal vasca defiende precisamente los intereses empresariales y que dentro de esta lógica entran las exigencias a otros agentes -de un marco de estabilidad laboral a los sindicatos, de una fiscalidad más laxa a las instituciones o de una mayor facilidad de financiación a las entidades bancarias-, éstas se antojan incompletas si no se acompañan de compromisos, en actitud y sacrificio, que Confebask esté dispuesta a alcanzar. Y, por qué no, de la asunción de errores por un sector empresarial que no en todos los casos supo prever y prepararse para la crisis y después enfrentarse a ella sin descargar la responsabilidad sobre los trabajadores. Así, por ejemplo, avanzar el dato de que la contribución de las empresas a la recaudación supone un 33,3% del total mientras la media europea es del 24,8% sin explicar la diferencia respecto a la media europea en salarios es ocultar parte de la realidad. Como lo es negar que la reforma laboral haya tenido influencia importante en el paro cuando el empleo ha descendido un 3% frente al 1,2% del PIB vasco, lo que contrasta con el 3,5% por el 4% del PIB de 2009. La preocupación de la patronal, en definitiva, es más que comprensible, pero lo sería mucho más si ajustara más sus necesidades a los intereses generales.
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