no sé si el caso Bárcenas es sólo la causa del PP, lo que sospecho es que vuelve a ser uno de esos agujeros negros que cuesta digerir, quizá porque tiene que ver con aquello que dice el ciudadano común: "otra vez?.". En esta ocasión, parece que las consecuencias están más allá de las razones económicas del hecho o de la improbable solución de las prácticas inadecuadas, la sospechada corrupción e incluso de lo que se publica en los medios de comunicación. Digo esto porque encara lo que no quiere verse y sí ocultarse detrás de discursos manidos o pasados de rosca. El hecho se une además al quebranto de instituciones fundamentales, la desconfianza ciudadana en sus representantes y al tránsito desde la crisis económica a la crisis política.
Recuerdo que hace poco más de un año el PP desataba pasiones. Acababa de ganar las elecciones generales, gobernaba doce comunidades autónomas y muchos ayuntamientos. La política oficial en España es popular. Y sus votantes piensan que han dado el golpe de gracia a la crisis económica que el presidente Zapatero vio venir pero no entendió y cuando quiso reaccionar no supo cómo, o peor aún, para qué. Las acciones populares se hacen fuertes entre los valores que cotizan en la bolsa de la política. Millones de ciudadanos creen que lo que dicen que van a hacer es lo que hay que hacer. Piensan que sustituir el poder socialista provocará que lo que está confuso puede aclararse. Hay confianza en muchos ciudadanos en que "se está en buenas manos".
Transcurrido este tiempo, la fe en el cambio y los caminos para abordar las crisis son una quimera. No hay sectores sociales que no se hayan manifestado en la calle o no hayan protestado por la situación por la que pasan. Las políticas de ajuste del Gobierno Rajoy incrementan el número de parados, el nuevo modelo de crecimiento económico es -todavía- un propósito y la crisis económica se transforma en crisis política. Algunas explicaciones se localizan en las reformas no previstas o, al menos, en las que no se habían presentado como tales en el programa popular. Éstas transforman la protesta en desconfianza, el pesimismo y el hastío en estado de ánimo y termómetro del alma de la ciudadanía. Ésta se sumerge en una desesperanza lacerante. Por otra parte, la oposición política se refugia en la cueva de la búsqueda con una linterna que emite una luz muy tenue. Comparten con el partido en el gobierno que no entienden qué pasa y que quieren atajar los problemas de las crisis con fórmulas viejas de otra época.
Hay dos interpretaciones que se abren hueco en el intento por comprender lo que pasa: la idea de la desafección política y la de la crisis de valores. La desafección no refleja lo que ocurre. No es verdad que a los ciudadanos no les interese la política, al contrario, están muy interesados. En lo que no creen es en la versión que ofrecen las élites que la administran. La impresión que da es que quien huye de la complejidad y de las consecuencias de la política es el político. Los electores tienen voz, participan en la calle, en las redes sociales, en los sindicatos, en los medios de comunicación. Dicen que el reclutamiento de las élites políticas funciona de manera inadecuada, que el sistema electoral tiene vías de agua, que está sometido a la lógica de los partidos y no a los intereses ciudadanos. Hay temas estructurales sin abordar o con políticas poco ambiciosas y de escaso calado que no dan los resultados esperados. Por ejemplo, y por citar algunas relevantes, las políticas de empleo, el modelo de desarrollo económico, el I+D+i, la Ley de Partidos y la reflexión en profundidad sobre otro sistema de representación política y de organización del Estado. Se plantea que las pérdidas de confianza y legitimidad no se arreglan sólo con llamadas genéricas al orden de la democracia.
Con la crisis de valores ocurren hechos similares. Valores hay muchos. El drama no es que no haya, es la elección sobre cuáles son los adecuados y los elegidos. Lo que asusta es la falta de respuestas a preguntas sobre por qué se opta por unos y se olvida a otros. Por qué, por ejemplo, la codicia y no la justicia regula la decisión sobre los valores a seguir o por qué la irresponsabilidad ocupa un espacio tan grande en el sistema de decisiones.
Las crisis están pidiendo a gritos acabar con las disculpas absurdas. Si no hay respuestas eficaces para enderezar la economía, si no se sabe cómo refundar el sistema político roto, quebrado e inhabilitado para transformar la sociedad, si no se sabe cómo crear valores nuevos y sostener códigos de buenas prácticas, al menos olvídese el principio del optimismo insensato del todo tiene arreglo y comiéncese a tratar en serio las cosas importantes: empleo, financiación de las empresas y las familias, I+D+i, educación, sanidad, prestaciones sociales... Y regrésese a principios de pragmatismo político y la defensa de la vida digna.
Está por ver que esta generación de élites políticas impopulares sean capaces de hacerlo Porque se requiere capacidad, imaginación e integridad para experimentar con ideas nuevas, aprender de ellas, aprender a escuchar, crear nuevos conocimientos, transferirlos y seguir experimentando con ellos. El riesgo es que el conservadurismo y los intereses de la política instalada no sepan qué hacer con los problemas que generan o los que no saben atajar. Las dos preguntas fundamentales a hacerse son: ¿Qué han aprendido de estas crisis y cuánto de la zona de sombras que define hoy la política española? Las cuestión es que los casos de corrupción no son algo nuevo en la historia de España, pero hoy la gravedad se amplifica por la incapacidad de las respuestas y por el cansancio de una ciudadanía que no quiere jugar al escondite ni a esa fórmula idiota, que tanto gusta al sistema político, del y tú más, acompañada por la tentación de la inocencia del yo no he sido.
Los efectos y las consecuencias de los Bárcenas o Gürtel son también síntomas del agotamiento de las formas de hacer política en España. Metáforas y realidades de las crisis -económica y política- y del temor de las élites a tener que abordar la innovación de su oficio, la reestructuración de la industria de la política, los ajustes en la estructura de reclutamiento y en las estrategias para mantenerse en el poder, sin saber cómo hacerlo y, sobre todo, sin estar dispuestos a pagar precio por ello.
La modernización del Estado y las instituciones básicas requieren otras bases de cambios en el sistema electoral, leyes de transparencia y nuevas estructuras de reclutamiento y selección de las élites. La política y la democracia tienen mucho trabajo.