escuchas eso de la condena de la sociedad que desconoce su historia a repetirla y piensas, con autosuficiencia, que es otra melonada de libro de autoayuda. Pero últimamente vamos confirmando que la frasecita quizá tenga algo de fundamento. La Europa actual tiene más que ver con la podredumbre política engordada al calor del hambre y la crisis de los años treinta del siglo XX -y lo que vino después fue la desolación- que con la democracia del Estado del Bienestar del siglo XXI. Y la España actual, a esta situación, suma su particular Tangentopoli. Ambos fenómenos tienen una curiosa derivada común: el advenimiento de un líder populista, manipulador, mesiánico, corrupto, dictador y, cada uno en su negociado -el puro y duro mangoneo o el devastador exterminio- y salvando todas las distancias, criminal. No son pocos los que estos días han recordado el escándalo Tangentopoli, la caída de la I República italiana a comienzos de los 90, el sumidero de corrupción por el que cayeron los partidos clásicos con Bettino Craxi a la cabeza y que sentó en el banquillo a más de 4.000 empresarios y políticos. Una catarsis fallida que acabó alumbrando a Berlusconi. Inevitable preguntarse si Luis Bárcenas será el Craxi español y qué elemento podría intentar erigirse en el Berlusconi patrio. Candidatos seguro que no faltarán. Una perspectiva aterradora. Porque a río revuelto, ganancia de pescadores. Y el refranero popular, como los aforismos, muchas veces no anda desencaminado.
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