LA selección vasca de fútbol vivió ayer un nuevo capítulo en su dilatada historia deportiva y reivindicativa en pro de su oficialidad. Han transcurrido ya 75 años desde que dos combinados formados por las fuerzas nacionalistas PNV y ANV se enfrentaron en plena guerra civil en un partido benéfico en San Mamés. Fue el germen de una selección de Euzkadi que, con pequeños paréntesis obligados por las circunstancias -incluido el penoso ocurrido hace unos años a cuenta del nombre del equipo-, ha perdurado hasta hoy. Porque quienes ayer representaron los colores de la Euskal Selezkioa en Anoeta son herederos directos de aquellos pioneros que, cuando el fútbol apenas comenzaba a ser un deporte de masas, dieron los primeros pasos en la constitución de una representación nacional deportiva. Tal y como pudo comprobarse ayer en el partido frente a Bolivia con un público entregado, la selección vasca mantiene viva su esencia, mucho más allá de modas pasajeras. En efecto, hace unos años y al calor de los éxitos deportivos y de afluencia de público que cosechaban los combinados de Euskadi y Catalunya, fueron muchas las comunidades autónomas que quisieron emularlas y formaron sus propias selecciones. El colmo llegó en 2007, donde hasta ocho combinados autonómicos se sumaron a los tradicionales partidos de vascos y catalanes. Algunas de esas selecciones han jugado uno o dos partidos como mucho en toda su historia. Este año, solo perviven de nuevo Euskadi y Catalunya, las que cuentan realmente con historia y con un sentido que va más allá de la pura anécdota. Anoeta fue ayer una fiesta pero también un clamor en favor de la oficialidad de la selección vasca, es decir, de que nuestros jugadores puedan disputar competiciones internacionales junto a otras naciones. Es de sobra conocida la postura oficial de las autoridades políticas y deportivas españolas, incluso también de la UEFA, que ha explicado la reciente inclusión de Gibraltar basándose en una norma de 2001 que establece la admisión únicamente de países reconocidos como miembros de la ONU. Sin embargo, la realidad es que la voluntad política puede remover todos los obstáculos. Mientras tanto, el grito casi unánime seguirá siendo, como ayer en Anoeta, el que exige la oficialidad de Euskadi.