la crisis que todo lo contamina -más bien los tarados que la gestionan, y nosotros que nos dejamos- nos va quitando a marchas forzadas pedazos de vida a golpe de tijeretazos, ajustes, recortes, reconversiones, bajadas de sueldos, subidas de impuestos, de la gasolina, de la luz, del gas, del agua, los precios en general, EREs, despidos, empresarios aprovechados, inútiles que no saben ver más allá del pelotazo, repagos sanitarios, tasazos judiciales... Aquí la clave es ganar menos, pagar más y trabajar más horas. Esas son las impresionantes recetas de los que mandan -y nosotros que nos dejamos- para aumentar la productividad, dicen, y para sentar las bases de un Estado de bienestar sólido, duradero y, sobre todo, muy lejano en el futuro. Al menos nos quedaban algunas vías de escape como por ejemplo la protesta, aunque algunos se empeñen en demonizar a los que aún son capaces de reunir fuerzas para indignarse, y el sexo, que en nuestra cama, o donde sea, todavía no se había metido nadie. Pero resulta que ni eso lo tenemos ya asegurado. Va menguando el tema, ya me entienden. Un estudio europeo revela que a raíz de la crisis hemos pasado de dedicar dos horas a apenas treinta minutos a la semana al solaz de nuestros cuerpos. Como sabemos que todo el mundo miente en estas cosas, es de suponer que la verdadera estadística arrojara un balance aún más paupérrimo. La ansiedad y el estrés son malos compañeros para los hombres, dicen los expertos. Ya no servimos ni para eso, y nosotros que nos dejamos.