el juez instructor del Tribunal Supremo Alberto Barreiro ha dictado apresuradamente auto de apertura de juicio oral contra el magistrado Baltasar Garzón por presuntos delitos continuados de prevaricación y grabaciones ilegales en el ámbito de la investigación de la trama de corrupción Gürtel, vinculada al PP. Será el segundo juicio al que deba hacer frente tras el que se le abrió hace un año, a instancias de la denuncia de grupos ultraderechistas, por su investigación de los crímenes de la dictadura franquista. En este caso, se pone el énfasis en la figura de la prevaricación, colocando a Garzón ante la opinión pública en la misma categoría de los cargos públicos y políticos del PP acusados de amparar la corrupción buscando el beneficio económico propio o de las arcas de su partido. No se trata de apostar por Garzón en función de sus actuaciones como juez. Al contrario, lo sonrojante de la situación -más allá de que el proceso judicial le dé la razón final o sea inhabilitado- es que con las instrucciones erróneas y falsas que ha protagonizado en los últimos 20 años el juez estrella, con la de derechos civiles, políticos y económicos de ciudadanos y empresas que se han podido vulnerar con la aplicación de su teoría de que todo es ETA -y ahí están las absoluciones de decenas de personas afectadas por casos Egunkaria o Udalbiltza, entre otros-, haya acabado en el banquillo por una denuncia de grupos ultraderechistas por investigar los crímenes del franquismo o por la cobertura de determinados estamentos de la judicatura a las presuntas corrupciones del PP. La carrera judicial de Garzón está llena de oscuros pozos, pero no por ello resulta fácil de entender que vaya a ser juzgado mientras que varias de las personas implicadas en el escándalo del caso de Gürtel -uno de los mayores en el Estado- y otros similares ocupen tranquilamente puestos de salida en las listas del PP en la Comunidad de Valencia. De nuevo, la Justicia queda envuelta en acusaciones de arbitrariedad, indefensión, acoso y falta de imparcialidad. Quizá también algo de la propia medicina que antes recetó Garzón al amparo de la impunidad judicial y de la cobertura acrítica y sumisa que los medios y quienes le jalearon políticamente le garantizaban.