YA sé que las cosas no son tan claras en Libia como en Irak, fundamentalmente porque la ONU ha tomado una decisión, aunque sin consenso. El problema se halla en que no se están activando las mismas medidas para poner en práctica otros acuerdos de la ONU, como por ejemplo los relacionados con Israel. Si los buenos son tan buenos que matan a tantos malos, ¿cómo serán de malos los malos que matan a tantos buenos? Estamos suponiendo, por supuesto, que los buenos son los nuestros, aquellos a los que pagamos con nuestro dinero, que intervienen en una guerra aun consultando al Parlamento. Y es que con esa utilización eufemística de control aéreo se habla de bombardeos donde se destruyen tanques y objetivos militares, como en Afganistán, pero las personas muertas, las del bando de los malos, no se mencionan porque supuestamente no tienen familias, y además los bombardeos se orientan a no crear víctimas civiles, solo daños colaterales, como en Afganistán.

Va a ser difícil encargar a los libios que ahorquen a Gadafi, como se hizo con Sadam, pero ya se encontrará alguna fórmula para que, en defensa de la libertad, se aplique la pena de muerte -¡qué horror, eso nunca más desde Europa!-, pero serán otros quienes se manchen las manos de sangre. Ahora llamamos democracia a los intereses económicos y geoestratégicos. Hace no demasiados días el señor Gadafi se paseaba del brazo de los dirigentes que ahora intentan doblegarlo.

De ahora en adelante, la venta de armas, el petróleo y el gas de Libia tendrán otros interlocutores, pero en mejores condiciones comerciales para Occidente, porque es de bien nacidos ser agradecidos. Es cierto que bajo la dictadura de Gadafi, y después de lo que ha sucedido, una buena parte de la población de Libia puede aumentar su sufrimiento si triunfa el dictador, pero a uno le quedan dudas si eso es lo que de verdad preocupa a las grandes potencias. Un problema que se alarga en el tiempo, en el Mediterráneo, el Mare Nostrum del imperio, agrava los problemas de recuperación de la crisis.

Pero no está demostrado que la guerra, cualquier guerra, ayude a resolver los problemas. ¿No es verdad que siempre los complica? Las revoluciones pacíficas en otros países islámicos han relajado mucho los músculos de la cara occidental, con sonrisas, sueños y parabienes, pero la cuestión no está tan clara, ni las razones de tal felicidad ni el futuro de la situación de crisis histórica que conlleva transformaciones globales.

Se están produciendo modificaciones inéditas en todo el mundo islámico. Hay esquemas organizativos que no se habían producido y que emergen de tal forma que alcanzan una situación crítica. Aunque en Libia, como en otros lugares, se habla de rebeldes, aún no se sabe bien en qué consiste todo este movimiento, pero se acude a su llamada. ¿De verdad? Los daños y sufrimientos que se producen a la población civil, aunque sea la de los malos, no deben ser ocultados. Y si hay errores desde un tanque, o desde la esquina de un barrio, los errores desde el aire pueden ser mayores y de consecuencias brutales.

A uno le gustaría creer que la operación Odisea del amanecer pretende proteger a la población de Libia, el respeto a los derechos humanos, la democracia y la libertad para sus habitantes. Pero por mucho esfuerzo que uno hace, sigue pensando que la guerra, como el terrorismo, siempre genera una espiral de violencia. Se sabe cuándo empieza, pero no cuándo acaba. España, desde 2005, ha vendido armas a Libia por valor de 10,7 millones de euros y ha seguido exportando equipamiento militar. ¿A cuánto tendremos que disminuir la velocidad para ahorrar lo que va a costar esta guerra? Aunque, bien mirado, quizá se hace para que, una vez acabada, como vencedores, claro; se pueda considerar que el gasto-inversión han merecido la pena y traerá su recompensa.

Llama la atención que haya quien acusa a Alemania de cobardía, de mirar hacia otro lado, porque no está en el Mediterráneo, o por lo que sea, pero es necesario comprender que si alguien sigue pensando en voz baja en las consecuencias de una guerra expansiva es el pueblo alemán. Es cierto que en estas líneas no se propone una solución. Y no es difícil tildar de ingenuo a quien defiende el no a la guerra, pero si de verdad conociésemos todo lo que hay detrás de estas decisiones bélicas quizá habría un reparto equitativo de ingenuidades.