HAY que volver a hablar de la crisis. Ahora que todos estaríamos dispuestos a aceptar que ha sido de verdad una crisis, ya casi nadie habla de ella y a nadie se le ocurre definirla ni matizar en qué consistió. Ahora es el tiempo de las predicciones y de las previsiones. Lo que antaño se llamaban brotes verdes ahora son agüeros surgidos por boca de expertos y entendidos que nos anuncian en qué cuantía va a crecer la economía y cuántos empleos se van a crear. Al mismo tiempo han aflorado voces de economistas, asesores financieros y consejeros de potentes compañías transnacionales que no paran de diagnosticar nuevas sintomatologías y una brutal conclusión que se instala en el inconsciente colectivo, provocando un pesimismo enfermizo: nada volverá a ser como antes.
Esto es tanto como decirnos que ya nunca volveremos a ser igual de felices. Las gentes humildes que acudían a las entidades financieras en busca de créditos y encontraban abiertas de par en par las puertas de las cajas fuertes para que cogiesen lo que necesitasen, sin reparar en las posibilidades futuras para devolver lo cogido, se encuentran ahora dormitando al sol, con sus viviendas pendientes de un hilo porque alguien, sin alma y con escasos remilgos, les ejecuta la hipoteca. La felicidad que los anuncios publicitarios mostraban en la acumulación de posesiones, en el acercamiento al lujo y la adquisición de segundos bienes (segunda vivienda, segundo coche) ya no va a estar ahí.
Antes había a quién achacarle todos los errores de previsión y a quien cargarle con las fatales consecuencias: Zapatero. Porque él no había previsto la crisis, peor aún, la había negado. Cierto es que quizás había en aquella actitud algo de cerrazón y de ceguera, pero ahora que ha tomado cuantas medidas dictadas o insinuadas por los anónimos y omnipresentes mercados, ya no cabe hacerle responsable de todo. Podrá el PP hacer culpable a Zapatero de la muerte de Manolete, pero ya no puede culparle de no hacer nada frente a la famosa crisis. Es bien cierto que no ha sido el socialismo, tan suave y tímido como hoy se ejerce, el provocador de la crisis, porque lo que ha quedado claro es que lo que ha fracasado ha sido el sistema capitalista, que no ha previsto ni una sola de las insolvencias de las entidades financieras en que se sustenta. La cadena de despropósitos protagonizados por los prebostes capitalistas han sido una flagrante muestra de que tal sistema se muestra mucho más proclive a generar la riqueza para unos pocos, que para redistribuirla entre todos.
Como muestra basta un botón. Frente al Informe del Fondo Monetario Internacional que ha emborronado la gestión del popular Rodrigo Rato, acusándole de no haber hecho "avisos claros" de la crisis que se avecinaba, han surgido las voces del PP para apagar la hoguera. De modo que las críticas al presidente del Gobierno, despiadadas y zafias, no estaban debidamente sustentadas.
Todos sabemos que una crisis de tal envergadura en una economía globalizada e internacionalizada no responde a un solo factor, ni siquiera a ninguna medida aislada tomada en un rincón del planeta. El actual gerente del FMI, el socialista francés Strauss-Kahn, no ha dudado en rebajar la culpa de Rato y para ello nada mejor que recurrir a un sujeto abstracto: "Fue un fallo de la comunidad internacional y yo no diría que Rato fue responsable de eso". Puede que se trate de mera cortesía, o quizás esto demuestra el diferente modo como la izquierda y la derecha actúan ante las adversidades. Hay una derecha que pone al Estado al servicio de un ramillete de aventajados, dejando las migajas a los lázaros que aún sobreviven, y hay una izquierda que aún cree que el Estado puede y debe preservar los derechos de todos y evitar las insoportables desigualdades que imperan ahora mismo.
Quienes pontifican con que vamos a vivir peor deberán ser analizados para profundizar en sus pasados y deberán ser desenmascarados, porque a nadie se le debe escapar que la crisis del sistema capitalista fue generada en el propio seno del capitalismo con una finalidad bien evidente: amedrentar a quienes siendo su sostén -los trabajadores- bien poco se han aprovechado de las cuantiosas plusvalías. Se les dejó durante algún tiempo vivir como capitalistas, se les movió hacia un consumo irracional, se les enseñó a poseer y acaparar, aunque ello les acarreara deudas, y luego les dijeron que habían vivido por encima de sus posibilidades, que corresponde a la versión delicada del grosero dicho de que no está hecha la miel para la boca del asno.
Hay que volver a hablar de la crisis y reflexionar para poner el mayor empeño en desarmar a quienes habiéndola provocado y mantenido, ahora quieren colocarse también en la primera fila para gestionar los nuevos tiempos. Me decía recientemente un destacado líder socialista que los socialistas hemos pasado de ser azotes del capitalismo a ser sus gestores. Me lo dijo con pena y rabia, después de comentar las medidas que Zapatero ha tenido que tomar, difícilmente encontrables en un manual socialista.
Pero habrá de ser desde la izquierda, desde sus valores y principios, desde donde articulemos las nuevas acciones que permitan resolver las dos grandes lacras que aquejan a la humanidad: la pobreza y la desigualdad. La solución será costosa pero será la voluntad firme de construir una sociedad sin desequilibrios sociales, la única garantía para que la felicidad no se aleje de nosotros de modo irreversible.