EL debate nuclear se ha intensificado a causa de los graves accidentes que se están produciendo en Japón tras el terrible maremoto y posterior tsunami que arrasó la costa nororiental de ese país. Una serie de factores había dado alas a las posturas más proclives a la energía nuclear. Sin ánimo de ser exhaustivo, cito la crisis económica en los países occidentales, la creciente demanda de energía de las economías emergentes, las limitaciones actuales de las renovables, la percepción de que la producción de combustibles fósiles puede iniciar su declive en breve, los problemas ambientales que provoca el uso de esos combustibles -especialmente dañinos en el caso del carbón- y la creencia de que la limitación de su uso puede servir para combatir el cambio climático.

Sospecho que los graves accidentes que han ocurrido en Japón, cuyas consecuencias no soy capaz de evaluar, inclinarán la balanza en Europa hacia el lado antinuclear. La opinión pública reacciona con miedo a accidentes como los que se han producido y esa reacción es más comprensible cuando la información se proporciona de manera confusa y se trata después sin el rigor debido. Entre 1955 y 1985 se pusieron en marcha algo más de 400 reactores nucleares en todo el mundo. El accidente de Chernobil, sin embargo, frenó en seco el crecimiento del sector. Como consecuencia, desde mediados de la década de los ochenta hasta hoy, el número de reactores activos casi no ha variado. Se han seguido construyendo algunas centrales nucleares, pero otras se han desconectado. Es muy probable que los accidentes japoneses tengan un efecto sobre la opinión pública y la clase política similar al de Chernobil y que la reactivación del sector, si se produce, deba esperar unos años.

Y sin embargo, el riesgo asociado a la utilización de esa fuente de energía no debiera ser el único factor a considerar. Oí hace unos meses a un reconocido especialista en materia energética que en los próximos años no podremos permitirnos el lujo de prescindir de ninguna fuente de energía. Me temo que tenía razón. Querríamos prescindir del carbón por su potencial contaminante. También nos gustaría disminuir nuestra dependencia de las derivadas del petróleo y del gas; además de contaminar, la mayoría de los países que las producen están en manos de sujetos muy peligrosos. La eólica ha protagonizado un crecimiento espectacular, pero el conjunto de las renovables, además del impacto ambiental de alguna de ellas, sigue proporcionando niveles de producción insuficientes para sustituir a la de origen fósil.

Y lo que es más importante: los ciudadanos occidentales no queremos renunciar a nuestro estándar de consumo y el resto de ciudadanos del mundo -chinos, indios, africanos, etc.- aspiran a vivir tan bien como nosotros. Por todo ello, los ciudadanos occidentales nos enfrentamos a una difícil disyuntiva porque todo a la vez, soplar y sorber, no va a poder ser.