PRIMERO fue la reforma laboral; después ha seguido la de las pensiones; ya se ha anunciado la de la negociación colectiva, en línea de aumentar las horas de trabajo y que los salarios se ajusten a la productividad y no tanto a las subidas del IPC. Después... Las cosas no han acabado aún y es posible que sea más duro lo que está por llegar. No son únicamente voces interiores de las grandes empresas privadas que así lo demandan, sino que cuentan también con el respaldo de algunos dirigentes de instituciones públicas y el apoyo de la UE. (...)
Pero lo que se pide o impone va en la misma línea: apoyar al capital en su finalidad de obtener mayores beneficios, aunque ello suponga para los trabajadores un recorte de sus derechos laborales conseguidos después de mucho tiempo de negociación y lucha; una dualidad creciente en las condiciones de contratación y salarios, con lo que se logra romper la incipiente unidad de los trabajadores; un poder de decisión económica cada vez más concentrado e imponiendo sus intereses a los mercados y al poder político. Ciertamente, ésta no es la visión que se nos plantea desde los medios de comunicación hegemónicos, porque su opción es presentar la imagen ideal que posibilite una aceptación resignada de lo que sucede y fomentar la pasividad de la población, una parte sumida en un pesimismo existencial que ha llevado a múltiples actos desesperados, como suicidios, homicidios o atracos. Es preciso desenmascarar la ideología, que no ciencia, sustentadora y justificadora de este desorden ético que atenta contra toda persona, pues ha convertido al ser humano en objeto de usar y tirar cuando ya se ha amortizado. Basta que recordemos el porqué de la actual crisis y cómo se está intentando salir de ella, quiénes son las personas que la sufren más agudamente y quiénes incluso se están beneficiando de ella. Frente a quienes mantienen que las medidas que se toman son las únicas posibles, es preciso afirmar que si se pone como finalidad a la persona se adoptarán otras decisiones y se posibilitará la vida digna de la mayoría. (...)
Ahora merece la pena recordar a Islandia que, en la primera década de este siglo, era presentado como modelo de negocio y que en octubre de 2008 sus principales bancos quebraron al estallar la burbuja especulativa en la que se habían metido. Los islandeses, conociendo la causa de la quiebra, no aceptaron que se cargara sobre ellos el coste de su recuperación. Y el gobierno que estaba dispuesto a hacerlo cayó por la protesta popular siendo sustituido por una coalición de partidos que no socializó las pérdidas. La población consultada en marzo de 2010 decide que se paga la deuda privada en la medida que sea posible, a pesar de que internacionalmente se pidiera un bloqueo de créditos, las agencias de rating hayan aumentado mucho los intereses de los préstamos extranjeros y la inflación se haya disparado. El resultado es que, a día de hoy, los especuladores no han podido imponer su táctica de privatizar beneficios y socializar las pérdidas. Si hace unos años se alababa mucho a este pequeño país, ahora un gran silencio se cierne sobre él porque no interesa que se sepa y cunda su ejemplo, ya que hay mucho dinero en juego e Islandia ha optado por la vida y dignidad de las personas sobre los negocios. Ha funcionado realmente la justicia, que está en la base de la democracia y la libertad.
A las centrales sindicales, como portavoces del mundo obrero, les corresponde no acallar su voz, sino ser altavoces de los derechos inherentes a su dignidad humana, que tantas veces se silencia. Al mismo tiempo, deben presentar alternativas de organización laboral, sin contentarse con pelear por conseguir para los trabajadores un trozo mayor de lo producido. Más aún, sería conveniente que retomaran los planteamientos que las hicieron surgir, para así recuperar una orientación de servicio integral al mundo obrero. Y, por último, a los trabajadores y a las instituciones populares, partiendo de una solidaridad afectiva y efectiva con quienes lo están pasando peor, animar a un diálogo en que se potencie la participación de todos a la hora de diseñar un modelo de sociedad que responda al bien de la mayoría.