El Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz acaba de rendir homenaje a ocho vitorianos: Primitivo Herrero, Teodoro Olarte, Isaac Puente y Luis Álava, asesinados durante la guerra y la posguerra; Jorge Fernández Ibarra y Antonio Amat, renovadores del PSOE que sufrieron la represión franquista; Guillermo Elío, político monárquico que favoreció la convivencia; y Gabriel Martínez de Aragón.

Mis reservas se centran en la elección de este último. No le faltan méritos para este homenaje al ilustre jurista y político datista que con los desengaños se hizo republicano, pero el curriculum de don Gabriel es de sobra conocido y hubiera bastado con una placa en la casa donde vivió. Ocurre además que su padre Domingo Martínez de Aragón, figura destacada del siglo XIX como alcalde y diputado foral, tiene también calle. ¿Pero se ha recordado en algún acto público a José, Alberto y Jesús Martínez de Aragón Carrión, hijos también de Gabriel y Ernestina, que militaron en favor de la República?

A José, aviador militar, se le ha reconocido por sus méritos profesionales pero no en su faceta de republicano. Es célebre la carta que le envió al dictador Miguel Primo de Rivera. Como éste manifestase repetidamente que "todo el ejército está conmigo", el oficial vitoriano rectificó con humor: "todo el ejército, menos el teniente José Martínez de Aragón", lo que le valió el correspondiente consejo de guerra y arresto en un castillo militar. Luego vivió exiliado en París unos meses hasta la proclamación de la II República. A diferencia de otros militares, no era el típico señorito (en general, para eso los solían criar), sino una persona con sentido de la justicia, de ideas izquierdistas y sin espíritu de casta. Murió en accidente aéreo en 1935.

De Alberto -perito agrícola, empleado del Ayuntamiento de Vitoria y socio del Deportivo Alavés- contaré una anécdota. Ejerciendo como representante de los republicanos en el colegio electoral del Instituto, impidió votar a tres o cuatro frailes de los corazonistas que pretendían suplantar a otros que ya no residían en Vitoria. Claro está que esos hombres de Dios no hacían nada malo, ya que trampear con la democracia les parecía lícito.

Tras el golpe de julio del 36, con la tropa en las calles vitorianas, Alberto decidió esconderse en el chalecito de La Florida, deshabitado desde la muerte de sus padres, y su esposa Pilar fue detenida en agosto. De los tres niños se hizo cargo la familia Tabar. El 18 de septiembre, coincidiendo con un vuelo de aviación, con los nervios rotos por el aislamiento y el encierro, Alberto salió al parque de La Florida. Fue visto desde el Gobierno civil, contiguo al garaje Goya, y asesinado por los requetés. Una persona de derechas (silenciaré el nombre) que pasaba por la calle Castilla oyó los disparos y vio a Alberto muerto junto al quiosco de bebidas. Este testigo contó cómo Fernández Ichaso, un militar que hacía las veces de gobernador civil, puso su sucia bota de cruzado fanático en la cabeza de Martínez de Aragón para verificar que el enemigo republicano yacía muerto. El cadáver fue llevado al depósito del cementerio de Santa Isabel y de allí desapareció, como sucediera con Isaac Puente, fusilado en Pancorbo, al que la familia no pudo enterrar.

Sabemos perfectamente que en los dos bandos hubo asesinos. Ahora bien, la diferencia es que los republicanos no organizaron los crímenes desde el Estado y los franquistas, en cambio, programaron un nuevo orden cuya política, basada en el terror, fue el exterminio de rojos, que se prolongó después de la guerra, como lo prueba el caso del católico nacionalista vasco Luis Álava, fusilado en 1943, a quien ni la intervención del nuncio pudo salvar.

Finalmente, Jesús Martínez de Aragón, republicano-socialista y amigo de Indalecio Prieto, hizo estudios de abogado y una breve pero intensa carrera militar. En julio de 1936 participó en Madrid en el asalto al Cuartel de Montaña y en agosto dirigió la defensa de Sigüenza. Este episodio -con 500 milicianos atrincherados en la catedral profanando todo lo profanable- que ha generado mucha literatura a favor y en contra del comandante Martínez de Aragón, El Quijote vitoriano, que falleció en la Casa de Campo de Madrid en abril de 1937 durante la operación destinada a tomar el cerro Garabitas.

En 1970, recién llegado yo a París, recuerdo la emoción que sentí al ver a Jesús en la película The Spanish Earth de Joris Ivens, con guión de Dos Passos y Hemingway, ya que le habían filmado poco antes de morir. El periodista vasco Julián Zugazagoitia (entregado por la Gestapo en 1940 y asesinado por orden de Franco) escribió en El Socialista un magnífico canto fúnebre en memoria de su amigo, titulado Bordados en sangre, en el que concluye que "a diferencia de otros soldados, el valor de Martínez de Aragón no está en su muerte, sino en su vida, en la que le soñaron sus padres y la que le propiciaron sus hermanos".

He aportado razones suficientes para motivar mi preferencia por una calle que hubiera podido llamarse Hermanos Martínez de Aragón Carrión.