lA decisión de la juez para las investigaciones preliminares Cristina di Censo -después de analizar el informe de casi 1.000 páginas que tres fiscales milaneses han reunido con los indicios de prueba contra Il Cavaliere- de abrir juicio al primer ministro italiano Silvio Berlusconi por abuso de poder (para el que la legislación italiana prevé entre cuatro y 12 años de cárcel) y prostitución de menores (castigado con penas de entre seis meses y tres años de cárcel), pone negro sobre blanco el alcance real de una trayectoria política sustentada en la vulneración sistemática de los valores democráticos y asentada en la síntesis de un ideario populista, demagógico y reaccionario. El juicio, que tendrá lugar a partir del próximo 6 de abril y que estará presidido por tres mujeres -Carmen D" Elia, Giulia Turri y Orsola de Cristofaro, las dos primeras ya bregadas en anteriores procesos contra Berlusconi-, debiera suponer un espaldarazo definitivo a las ansias de buena parte de la población italiana de recuperar el sistema democrático y garantista de un Estado de derecho y de poner fin a un modelo oligárquico, machista y prepotente de dirigir el Estado italiano aun a costa de devaluar sus propias instituciones políticas, económicas, académicas, sociales, sindicales, culturales y judiciales. Es cierto que todavía hay una buena parte de la población italiana que valora con admiración y envidia el modelo personal de Berlusconi, un empresario que jamás ha dado cuenta de su enriquecimiento, que controla la mayor parte de los medios de comunicación públicos y privados del país -y con ellos trata de moldear a la opinión pública-, y que se sostiene con el apoyo de los ultras xenófobos de la Liga Norte y de los neofascistas de Alianza Nazionale. Berlusconi, a quien buena parte de los caudillos derechistas de la UE -con Aznar a la cabeza-, han rendido en este tiempo ridícula pleitesía, presenta un balance económico lamentable, ha eludido la labor de la justicia con la persecución del propio sistema judicial, modificando las leyes a su antojo y beneficio y haciendo del soborno y la compra de voluntades la clave de su ejercicio político, y sustentando sus victorias electorales en los mensajes del miedo y la xenofobia. Eso sí, favorecido por la tradicional ingobernabilidad de Italia y en la ineficaz y torpe división de la históricamente pujante izquierda transalpina.
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