NO es que el origen de los coptos se pierda en la noche de los tiempos, como se suele decir, es que para acercarnos a él deberíamos remontarnos a la tarde anterior. Valga como ejemplo que el gran Champollion, el hombre que logró descifrar la escritura jeroglífica, se aprovechó de sus conocimientos de la lengua copta para deducir el significado de algunas palabras del Antiguo Egipto.
Tratar de explicar la evolución del término copto nos obligaría a darnos un largo paseo por la historia de Egipto, que es lo mismo que decir por la historia de humanidad. Más o menos desde el momento en que dejamos de ramonear frutillas y nos pusimos a cultivar los campos en serio. Para no irnos tan lejos -¡sólo unos 1.400 años!- habríamos de remontarnos al momento en que los árabes llegaron a Egipto trayendo con ellos la religión musulmana. Ante sus ojos surgió un territorio que se parecía mucho más a un universo que a un país: allí vivían mezclados, al más puro estilo mediterráneo, los descendientes de los griegos, los fenicios, los romanos… eso sí, no tanto como para no poderse liarse a cuchilladas a la mínima. Algo no menos mediterráneo.
Y entre aquellas comunidades estaban, claro, los descendientes de los antiguos egipcios, a los que se conocía como coptos. Sin embargo, los árabes identificaron como coptos a todos aquellos cristianos que no se quisieron convertir al Islam. Y así ha venido siendo hasta nuestros días, sin importar gran cosa si son católicos u ortodoxos coptos.
La convivencia entre la comunidad islámica y la copta, evidentemente, ha sufrido a lo largo de su historia, sus altos y sus sangrientos bajos. Por lo general se puede decir sin pecar de partidista que los coptos vivieron mucho mejor en Egipto que los mudéjares en Aragón, por ejemplo. En gran parte, también es cierto, porque Egipto y más aún su capital, El Cairo, no es que hayan sido lo que se puede decir un ejemplo de rigidez moral y religiosa.
Así pues, la minoría copta, aunque residente en sus propios barrios, ha gozado de una histórica tranquilidad relativamente aceptable. También es verdad que pese a que son una minoría, pues no pasan de ser el diez por ciento de la población, al serlo en una nación de más de ochenta millones de habitantes, estamos hablando de unos ocho millones de miembros. Que no es poco para una minoría.
Sin embargo, en los últimos años, la represión por parte del Estado egipcio contra los integristas musulmanes ha colocado indirectamente a los coptos en el blanco de muchos de los ataques del islamismo radical. De hecho aún no ha pasado un mes desde los últimos atentados contra su comunidad.
El que en las presentes revueltas, protagonizadas casi exclusivamente por miembros de la mayoría suní musulmana, no haya sido atacado ningún interés copto, es un índice que no está pasando desapercibido por los observadores extranjeros, ya que si las movilizaciones estuviesen en manos de los integristas musulmanes más extremistas, los coptos serían sin duda uno de sus primeros objetivos.
En cambio, el que los coptos, tan víctimas a fin de cuenta de la falta de libertades como los que más, no se hayan posicionado claramente contra el Gobierno actual parece indicar igualmente que aún no las tienen todas consigo.
El paso que den al final puede que no sea más que una gota dentro del tsunami revolucionario norteafricano, sin embargo puede ayudarnos a despejar muchas dudas sobre su fuerza, su intensidad y, sobre todo, el rumbo que tome.