YO el primero, así que no se enfaden, señores. Me refiero a la cara que se nos ha quedado a la gran mayoría de ciudadanos tras la reforma del sistema de pensiones. Mírense al espejo y descubran la jeta que les observa desde el otro lado: allí no está ni Alicia ni el gato de Chesire ni la oruga con el narguile, sino usted riéndose de usted porque no ha sido capaz de protestar más rápido, más alto, más fuerte, y le han tomado el pelo. No voy a entrar en las profundidades económicas para justificar lo que quiero decir, que para eso están los expertos y, además, me ahogaría. Algunos les dirán que esta reforma era necesaria porque si no caeríamos en el abismo de la miseria más mísera en unos cuantos años; otros argüirán que esas mismas cifras están falseadas, que este cuento del lobo ya nos lo habían narrado tiempo atrás... Y qué quieren que les diga, creo que tienen razón los segundos. Lo voy a plantear de una manera muy sencilla: a efectos prácticos, ¿lo de ahora es mejor que lo de antes?, ¿les han facilitado a la mayoría de ustedes el tránsito hacia la jubilación en condiciones más ventajosas que hace un año?, ¿está usted dispuesto a trabajar hasta los 67 años y jubilarse sin el 100% porque no ha cotizado lo suficiente tras el reciente cambio? Miren de nuevo al espejo y el reflejo les contestará con una sonora carcajada. Tontos. Somos tontos. Nos creemos sus vaticinios apocalípticos. Nos alegramos porque sólo nos han quitado 60 cuando nos querían quitar 80, sin darnos cuenta de que todo era nuestro. Esta tontería debe acabar.
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