Brotan la indignación ciudadana y las cartas de protesta. ¿El motivo, esta vez? El coste que supone la utilización de pinganillos en el Senado español, donde sus señorías ya pueden hablar en catalán, euskera y gallego. Alguno incluso critica que los traductores han pedido aumento de sueldo para realizar su trabajo, que se lleva un raquítico 1% del total del presupuesto de la Cámara Alta.

Lo que no sé, y este es el motivo de mi carta, es si los esos ciudadanos que protestan están igual de indignados con la compra por parte del Ministerio de Defensa de tanques Leopard presupuestados en más de 100 millones de euros, o con los 9 millones de euros asignados a la Casa Real en 2009 o con los retiros dorados por valor de más de 80.000 euros anuales que van a disfrutar los expresidentes José María Aznar y Felipe González (a sumar a los réditos de sus pingües negocios privados). Yo sí. Y mucho más que con el gasto que suponen los dichosos pinganillos, una inversión, por otro lado, rentable si ayuda a cohesionar un poco al Estado, aunque sea con este guiño a las nacionalidades históricas y sus lenguas propias y cooficiales, reconocidas como tales en la Constitución, esa con la que muchos se llenan la boca en otros casos.