Tuve mi primer contacto laboral en 1962 y, créanme, el ambiente era tan distinto que cualquier joven no entendería qué nos motivaba a los de antes a trabajar 9-10 horas diarias con semana inglesa, o sea que el sábado por la mañana también estábamos al pie del cañón. Ya entonces, clandestinamente, empezaban a organizarse las Comisiones Obreras y circulaban muchas octavillas que dieron al traste con la salud del patriarcal gerente que al poco murió de infarto (...). Por fortuna, lo de las 9-10 horas y el sábado han pasado a la historia, pero ahora, sin ninguna nostalgia, puedo aseverar que la sociedad está muy insegura y molesta por el espíritu forzado de trabajo que está obligada a acatar, sea el que sea, y lamentablemente está sujeta a algo peor: la temporalidad, recortes salariales, impuestos arbitrarios y el galopante paro existente en el país.

La incertidumbre de no saber dónde iremos a parar los jóvenes y los no tanto da al traste con la confianza en el futuro que debiéramos tener, y que ningún discurso de Zapatero puede convencer por sus cambios de rumbo e ineficaces soluciones. Sí puedo asegurar que no hay mal que dure cien años, y éste aún tiene cuerda para rato, a no ser que los altos estamentos se pongan de acuerdo y olviden los egocentrismos que no les dejan compartir responsabilidades incómodas para mejorar la vida de nuestro colectivo social.