Las respuestas dadas por ocho presos antiguos militantes de ETA al cuestionario publicado ayer por el GRUPO NOTICIAS constituyen, en su conjunto, un interesante diagnóstico del momento presente en relación con las posibilidades de que llegue el tan anhelado final de la violencia terrorista en Euskadi.
Los presos sostienen que la violencia no tiene sentido y está fuera de lugar, y que en la actualidad, la única razón de ser de la organización terrorista es alimentar su propia existencia. Así pues, estaría operando una suerte de instinto de supervivencia que, aunque suele ser asignado a los seres vivos con carácter exclusivo, también funciona en las organizaciones humanas. Este es un elemento importante, porque es el principal riesgo que existe para que no se produzca una decisión formal de abandono de la violencia como sería de desear. De no ocurrir de esa forma, ese final será gradual, fruto de la actuación policial y del cada vez menor respaldo social. Pero el problema es que, así, el terrorismo seguiría produciendo dolor por tiempo indefinido, por no hablar de las consecuencias políticas que tendría.
Que el terrorismo (lucha armada, la llaman ellos) carezca de sentido es, a juicio de los ocho presos, la razón por la que debe desaparecer, pero es ahí donde surge la duda. Aunque no sepamos bien de quiénes estamos hablando, es evidente que no todos están convencidos de que deba finalizar la violencia; por eso no se ha producido aún su cese. Pero hay más; entre quienes abogan por una tregua, ¿obedece su postura a un propósito genuino o es meramente táctica? La respuesta a esta disyuntiva es crucial. Y al respecto, el lenguaje que se viene utilizando por parte de la izquierda abertzale ilegalizada es equívoco. Lo expresan los ocho presos con claridad: la mentalidad, así como los discursos que la reflejan, no han cambiado lo suficiente aún. Es como si no se lo acabasen de creer. Y esto genera, como es lógico, dudas y desconfianza. Porque además, las anteriores experiencias frustradas han mermado sensiblemente la credibilidad de todo ese segmento político.
Los términos que se vienen utilizando para referirse a lo que para la mayoría debiera ser el final definitivo del terrorismo no ayudan, precisamente, a eliminar desconfianzas. Sería conveniente que se utilizaran expresiones claras que dieran cuenta de una voluntad inequívoca de que la práctica terrorista termine de una vez y para siempre, porque como señalan los ocho presos, "lo que está en juego es saber si se ha tomado la decisión de dejar definitivamente la lucha armada o no".
Termino con la mención que se hace en el cuestionario de la unilateralidad de la decisión que ha de tomar ETA, unilateralidad que juzgan obligatoria por culpa de las anteriores frustraciones. Esa es una idea con una consecuencia práctica importante: la prolongación del terrorismo, lejos de facilitar las cosas a los militantes de ETA y de la izquierda abertzale ilegalizada, tendría la consecuencia contraria. Esto es, cada vez las cosas les resultarán más difíciles, porque cada vez habrán provocado un mayor rechazo político y social. Esto es, Aquiles seguirá corriendo, mientras la tortuga no deja de arrastrarse tras él.