¿Deben tener los inmigrantes los mismos derechos que los autóctonos? Y el 86% de los encuestados, según la encuesta que DNA publicó el pasado 23 de noviembre con el titular Dos de cada tres ciudadanos consideran que el número de extranjeros es elevado, por aquello de lo políticamente correcto, se apuntan al sí. Rotundo y masivo. "¡A mí me van a pillar en una de esas!". El restante 14% no parece tenerlo tan claro. Pero dice el refrán que se pilla antes al mentiroso que al cojo y, como quiera que el encuestado ha contestado bien a la interrogante clave, se siente liberado y, como el boxeador confiado, baja la guardia mientras le siguen lloviendo las preguntas.
La Fundación Bertelsmann, encargada de realizar la encuesta, desliza una sibilina cuestión: ¿Deben tener preferencia los autóctonos a la hora de elegir centro educativo para sus hijos? Y el guante impacta con fuerza en el rostro: opina que sí? ¡el 64%! Pero ¿no habíamos quedado en que los derechos debían ser iguales para todos? La sinceridad yace sobre la lona. KO técnico.
Ser sincero permite vivir distendido. El caso contrario obliga a estar en permanente guardia, para no quedar con el culo al aire en el momento más inoportuno. Dicen que lo peor de la mentira no es ella, en sí misma, sino el hecho de no poder confiar más en quien la practica.
En los tiempos que corren, cuando se exige a determinadas opciones políticas demostrar, de forma palmaria, la sinceridad de su condena de la violencia (la de ETA, claro, que es la única que preocupa a algunos), conviene detenerse en detalles como el relatado, abrir el enfoque y cuestionarse la sinceridad de tantos y tantas dirigentes de PP y PSOE, que rasgan sus vestiduras ante comportamientos vacilantes de quienes todos sabemos, pero de cuyas bocas jamás salió la más leve reprobación sobre asuntos tan vomitivos como el franquismo o los GAL, por no hablar de los Filesa, Gürtel, etc. ¿Quién, cuándo y cómo se ha validado la sinceridad de sus opiniones desde que iniciaron su carrera política?
Detallaba un antiguo futbolista y actual entrenador, de Barakaldo para más señas, las dificultades por las que pasaba en sus años de infancia para poder jugar al fútbol en su colegio cuando salían al recreo. Le consideraban tan malo, que nunca reparaban en él a la hora de confeccionar los equipos. Todo cambió cuando tomó las riendas del asunto: decidió ser él quien llevara el balón al colegio y se aseguró, así, tanto el hecho de jugar, como la posibilidad de elegir a quien lo hiciera.
La escena política vasca refleja hoy la misma situación: unos marcan el terreno de juego, deciden quién juega y quién no y eligen a los jueces-árbitros para que validen sus propuestas, mientras a otros se les niega tanto el balón como la posibilidad de participar en el juego por no considerarlos suficientemente válidos. Se amaña el resultado y todos tan contentos.
Joseba Pérez Suárez