HAY un frente que no ha sido abierto aún en la tragedia nacional -¡menos se perdió en Cuba!, ¿o era más?- relacionada con la huelga de los controladores aéreos. No voy a echar más leña a ese fuego donde muchos dejarían arder a los trabajadores de las torres de control, pero tampoco me voy a quemar a lo bonzo intentando defenderlos; ya saben, opiniones hay como culos, y el mío considera que se trata de un trabajo de una responsabilidad mayúscula que necesita ser regulado con sentido común, nunca a golpe de decreto y siempre evitando la arraigada costumbre española de comparar lo que ganan unos y otros (y creo que ellos se merecen recibir más que muchos: piensen en las miles de vidas que pasan por sus manos en pocos minutos). A lo que iba, que ya he quedado como un cochero. El Gobierno sabía desde el 26 de noviembre que los trabajadores de las torres de control iban a realizar duras movilizaciones en defensa de sus condiciones laborales, modificadas sin preguntar durante los últimos meses por los próceres españoles. También sabía, pero lo ocultó hasta el miércoles 1 de diciembre, que iba a anunciar, pese a los dicho por sus ministros, más recortes económicos: eliminación de los 426 euros a parados que no cobran ni un euro, privatizaciones... medidas todas ellas que avergonzarían a cualquier Gobierno que se considere progresista. Piénsenlo: qué mejor manera de evitar más descontento social que forjar un enemigo mayor al que escupir. Y así se controla el país, no desde las torres de los aeropuertos.