QUÉ les parece si, aprovechando este tiempo gris y desapacible, nos vamos a Brasil. Ah, y antes de irnos, por favor, pongámonos todos el sombrero del sentido del humor, quizá incluso el de la ironía. Alegrémonos un poco esta jornada, que escribo estas líneas en pleno festivo y cautiva y desarmada-después de darles la brasa en los últimos cuatro días desde este mismo espacio-, que los que estamos en esta redacción somos como los controladores aéreos, también trabajamos en festivos y puentes. Pues hala, a Brasil. ¿Por qué? ¿Y por qué no? En Río de Janeiro acaban de inaugurar las luces navideñas. 3,3 millones de lucecitas, que se dice pronto, de un árbol de Navidad de 85 metros que, al parecer, viene a ser como un edificio de unos 20 pisos. Me pregunto si alimentarán las lucecillas a pedales, como hicieron el año pasado en el Ayuntamiento de Donostia, porque tiene que ser de ver: una especie de Tour de Francia en plan playero, tanga por aquí, chica de Ipanema por allá. Aunque bien pensado, quizá podrían generar la electricidad necesaria a ritmo de cadera y samba, toma ya energía limpia y deporte, dos en uno. El tema es que el arbolito flota en una laguna sobre una estructura metálica. Al parecer, ha entrado en el libro Guinness. Pero claro, en este mundo del demonio nada es lo que parece y el árbol tiene trampa: su estructura también es metálica. ¡Maldito Saruman! Sólo puedo decir: cuidadín amigos brasileños, a ver si váis a acabar huyendo de un ejército de Ents cabreados.