dESPUÉS del corralito argentino, Islandia fue en 2008 el segundo país en caer, pero no le hicimos caso. En tan sólo una semana entró en quiebra total, muchos fueron a lanzar huevos contra el banco central, otros los reservaron para comer y la króna pasó a ser agua evaporada. Esta isla-nación, roca hermosa ubicada entre las placas tectónicas norteamericana y europea (perteneciente a ambos continentes y a ninguno, a la vez) de sólo 320.000 habitantes, nacida por los caprichos del magma terráqueo, con volcanes y apellidos impronunciables, sin ejército, tan criticado por la caza de ballenas y con la primera lesbiana declarada del mundo como jefa del Estado, ha tenido otra erupción. Las cenizas que nublan el horizonte no provienen de una lava incandescente, sino del Titanic bancario.

Los islandeses sacan sus cazuelas vacías a la calle para golpearlas, lanzan lechugas y pintura a políticos y depositan las llaves de los coches embargados a las puertas del ahora pegajoso suelo exterior del Parlamento. Y estar en las calles de Reykjavik significa frío, mucho frío. Islandia tenía en 2006 mejor renta per cápita que EEUU o el Reino Unido. Luego, el libre mercado se desbocó tanto que necesitó una guillotina invisible para imponer el orden de los cementerios: 9% de desempleo, 46.000 familias con dificultades para llegar a fin de mes, 13.000 casas embargadas y 6.090 personas han emigrado.

Dos años después de la debacle, los políticos usan paraguas para esquivar los huevos y el pan lanzados por una población que prefiere quemar sus casas antes que el banco se las quede. Islandia es el único lugar del mundo donde se va a procesar al exprimer ministro conservador Geir H. Haarde por su responsabilidad en la crisis, mientras cargos ejecutivos y propietarios se enfrentan a pleitos por más de 2.000 millones de dólares. Muchos han huido del país.

Cuando se produjo el hundimiento de los tres bancos más importantes -Kaupthing, Landsbanki y Glitnir- primero fueron nacionalizados y después se inició una investigación parlamentaria que ha inculpado a muchos de aquellos dirigentes económicos por tomar préstamos inapropiados de los bancos para los que trabajaban, conclusión que parece entrar dentro de una lógica no aplicada en ninguna otra parte.

Si a uno de nosotros le cuelan un billete falso o una venta fraudulenta, debe asumir su estulticia perdiendo el valor del engaño. Pero si un banco compra bonos tóxicos o hipotecas subprime -papelitos sin valor alguno- respaldados por una firma muy respetable de apellido anglosajón, ¿por qué debemos cargar todos con dicho error?

¿Seremos capaces de encontrar una alternativa que no nos deje petrificados como habitantes de una nueva Pompeya? Islandia era hace bien poco el tercer país más próspero del mundo, según el Índice de Desarrollo Humano. Ojalá pueda ponerse en marcha una discusión, tan profunda como sus cráteres, sobre la legitimidad de la deuda y mecanismos de control democrático sobre la economía. En una decisión que les honra, el pasado mes de marzo de los islandeses decidieron en referéndum legal -con un 90% de apoyo- no abonar 3.700 millones de euros a inversores ingleses y holandeses -un pago que el Parlamento ya había aprobado- y fueron capaces de recoger 60.000 firmas -la quinta parte de la población- para lograrlo.

Deberíamos reflexionar sobre la cálida reacción de los habitantes de la isla de hielo antes que poner las barbas a remojar. No se debe juzgar con mano de hierro al ladrón de gallinas y con mano de goma al ladrón de países. La decisión de los islandeses podría resultar un géiser muy estimulante si su fuerza llegase a las pestilentes aguas PIGS mediterráneas (ya saben, Portugal, Italia, Grecia and Spain).