Ayer domingo se celebró el Día Mundial de las Víctimas de Accidentes de Tráfico y lo que les pedimos no son sino 6 minutos y 5 segundos de su tiempo para pensar en los próximos 365 días. ¿Por qué seguimos llamando accidentes de tráfico a siniestros que, con muertes o sin ellas, no tienen nada de accidentales? Originados por múltiples causas, unas son achacables a la administración pública por un mal diseño de una carretera, su deficiente mantenimiento o su escaso interés en la capacitación y formación permanente de todos los conductores. Pero también somos responsables los conductores por imprudencias, despistes, rutinas adquiridas, comportamientos incívicos e incluso antisociales, que pueden ir desde probar vehículos en vías urbanas a conducir bajo el uso-abuso de drogas y/o alcohol.

¿Por qué en caso de una catástrofe colectiva, como la caída de un avión, la asistencia psicológica se presta inmediatamente tanto a supervivientes como a familiares, y sin embargo a las víctimas de un siniestro se les dice que es normal que estén mal y que si su estado persiste en dos meses se pautará un tratamiento?, ¿no será por el dinero que puede ahorrarse la compañía aseguradora al no dar una prestación?, ¿por qué pagando en España las primas más caras de seguros disfrutamos del baremo más bajo de la UE?, ¿a qué se debe el hecho de que toda víctima de accidente de tráfico es un fraude en potencia, que debe ser analizado-observado-diagnosticado por el médico valorador de la compañía de seguros propia, del de la compañía contraria, del forense?

Vamos a proponerles dos ejemplos que, a riesgo de parecer ridículos e incluso ofensivos, ilustran una dolorosa realidad:

Ejemplo A. Un responsable sanitario realiza la siguiente afirmación: toda penetración sin la protección adecuada de menos de la cuarta parte de pene no es considerada una práctica de riesgo. ¿Se imaginan? Pues bien, ¿a qué viene permitir un mínimo de concentraciones de alcohol en sangre, cuando todos sabemos que la ingesta de alcohol es incompatible con la conducción? ¿y si nos equivocamos y provocamos daños irreparables, lo denominamos accidente y con cubrir la responsabilidad civil, eludimos la penal?

Ejemplo B. Imagínense que harto de actitudes de mi pareja, me dirijo a una correduría de seguros para suscribir una póliza de responsabilidad civil por si un día le arreo un mal golpe. Llegado el día le doy el mal golpe, con tan mala suerte que se golpea con la nuca en la mesa y muere. Llega la Policía y declaro que es la primera mujer que mato (carezco de antecedentes), que ha sido un accidente y que tengo en vigor un seguro que indemnizará a mis suegros y a mis hijos por la pérdida de su madre.

Esta situación sangrante se da día a día en nuestras carreteras. Tenemos un seguro que cubre cualquier contingencia, y lo que es peor, ¿cómo va a ser encarcelado un conductor?, ¿cómo se le va a retirar el permiso de conducir? Da la sensación de que estar en posesión de un permiso de conducir es un deber constitucional. Pero va ser que no, porque el permiso de conducir es un derecho que como tal puede y debe ser revocado de forma proporcional al daño causado.

Estamos ante una realidad irreductible, inabarcable y compleja que requiere de amplias dosis de generosidad y respeto interinstitucional. Una realidad que exige formación de calidad, permanente y evaluación continua a los conductores, jueces y fiscales, ingenieros que diseñan las calzadas o miembros de las distintas policías a la hora de instruir atestados e investigar y reconstruir siniestros.

La reducción de la siniestralidad vial es una tarea de la sociedad en su conjunto, donde cada uno puede hacer o deshacer en su ámbito de actuación. Poner en marcha un vehículo conlleva una gran responsabilidad que no debemos afrontar con temor o miedo jamás, pero sí con una profunda conciencia y respeto de lo que estamos poniendo en juego.

Exhortamos a que guardemos un minuto de silencio en nuestra cabeza y en nuestro corazón para acordarnos de los que se fueron, se van y, desgraciadamente, se irán e inmediatamente después analizar, reflexionar y diseñar pequeñas acciones que estén en nuestra mano, para cambiar una sangrante realidad. Basta un segundo para ver a tu propia hija y a tu suegro muertos. Bastan unos segundos para que una madre se levante apresuradamente a las dos de la mañana, abra la puerta y la Policía Municipal le diga que su hijo está muerto. Y bastan 36 horas para decirle gero arte a tu hermano y llevártelo al hombro en una mochila con sus cenizas.