Hace ya casi veinte años, el preclaro filósofo norteamericano Noam Chomsky publicó un ensayo acerca del miedo a la democracia y a la libertad. Cuando uno muy bruto no consigue convencer a los demás de cómo tienen que organizar su vida, procura invadir e imponer a la fuerza, no vaya a ser que se desaten y alcancen una forma de gobierno distinto. Chomsky resulta revelador al sugerir que si negamos el instinto de libertad, si lo anestesiamos, si sólo nos conformamos con un aparente bienestar, demostraremos que los humanos estamos abocados a una mutación letal, a un callejón sin salida en la evolución. La libertad y la democracia real, en fin, han de ser conquistadas allá donde las denigran, pero aquí han de ser indiscutibles, incuestionables, el suelo feliz por el cual avanzamos en mejoras sociales, educativas políticas... no se le puede tener miedo a la libertad, ni a la democracia.
Es cosa sabida que entre nosotros y nosotras, en Euskadi, la libertad no se mueve a sus anchas, no está repartida por igual, en todos los lugares, para todas las personas. De hecho, la libertad más elemental -que a uno no lo eliminen físicamente- está condicionada a unos parámetros concretos, está restringida para unas mujeres y hombres que opinan lo que no les gusta a los muñidores de la violencia. En este país nuestro, maduro y crecido a sí mismo, lo que en el resto de Europa es un anacronismo esperpéntico e inasumible, aquí todavía colea. La banda terrorista ETA existe. Su violencia no se ha extinguido, tan sólo está parcialmente retenida. Y decimos parcialmente porque hay empresas y familias adonde llega una carta maldita que vuelve a arrear la tuerca y estrangular aún más la libertad de muchas personas. Y decimos parcialmente porque la librería Lagun de Donostia fue de nuevo agredida, violentada, amenazada. Mantienen, además, el adiestramiento de nuevos miembros y hacen acopio de material, según informan expertos investigadores. ETA sigue con su amenaza. Es su propia existencia la que nos amenaza a todos, porque nosotros también sentimos como propios esos ataques.
Hace un par de meses la banda terrorista anuncia que lleva unos meses sin realizar "acciones armadas ofensivas". Ni siquiera lo denominan tregua o alto el fuego. Unas semanas más tarde, vuelve a reinterpretarse a sí misma, y no dice nada de que esto se ha acabado; permanecerán quietos si "se crean las condiciones necesarias para la resolución democrática del conflicto político y eso exige que todos actuemos con responsabilidad". Más amenaza. O hacemos las tareas que ellos, y tal y como ellos, nos indican o vuelven a la carga. ¿Hay, por lo tanto, razones para sostener urbi et orbe -como lo están haciendo algunos pocos agentes políticos y sociales- que son el gobierno, las instituciones, la judicatura, la policía, etc. quienes han de dar pasos a favor de eso que denominan normalización? ¿Por qué no señalamos entre todas y todos, con el dedo si es preciso, a lo único verdaderamente anormal de nuestra sociedad?
ETA sigue vulnerando nuestros derechos básicos y fundamentales. No podemos callar o transigir ante algo que muchas personas de esta sociedad nuestra dan por concluido, por amortizado o por finiquitado. No. Es lógico sentir ganas de dejar atrás tanto dolor; es realmente duro seguir movilizándonos por algo tan básico, pero no podemos flaquear. ETA no ha dicho que se disuelve pero nosotros se lo vamos a exigir cada día. Hace muchos años que debió desaparecer. Es más, nunca tenía que haber existido, pero eso no lo podemos cambiar. Lo que sí podemos hacer es señalarle como responsable de su propia historia de medio siglo que sólo ha traído lágrimas, sufrimiento e injusticias a manos llenas. Y de hecho, la sociedad vasca tendrá que reponerse del sufrimiento de tantos años de violencia y del grave deterioro que ha ocasionado en las relaciones interpersonales. Tendrá que regenerarse en esos valores y actitudes de respeto hacia la libertad de pensamiento y actuación de los demás. Tendremos, en definitiva, que trabajar por un fin compartido: colocar a la violencia en su crudeza, en su definición propia, como lugar deslegitimado de inicio, de donde no tenía que haber salido nunca.
Por otra parte, si quienes durante muchos años han estado apoyando, justificando o entendiendo los asesinatos y las bombas, quieren apostar ahora por las vías exclusivamente pacíficas y democráticas para hacer política, deberán -como es lógico y necesario- no sólo desembarazarse de la estrategia violenta, sino que también tendrían que rechazar explícitamente a la banda y condenar su existencia. Es lo que tiene la democracia, que sólo admite la palabra, el argumento y el convencimiento, no la amenaza ni la extorsión ni el chantaje.
ETA desegin dadila (que desaparezcan) nos parece a las gentes de Gesto por la Paz una reivindicación inalterable e inalterada en estos veinticuatro años de existencia como organización pacifista. Reiteramos, además, que la propia existencia de la banda terrorista, aunque estén en parada técnica o táctica -o precisamente por eso- sigue siendo una amenaza. Y muy seria. Es por ello que animamos a la ciudadanía a no bajar la guardia, a perseverar en la denuncia de la violencia, esa que sigue estando ahí, agazapada, como juez y parte de una historia que nunca debía haber ido con ella. Es lo que llamamos la deslegitimación de la violencia.