A veces nos visitan jefes de Estado de países imperialistas o participantes en distintas guerras, con muchos enemigos manifiestos a causa de la violencia que ellos mismos promueven, que demandan increíbles medidas de seguridad. Sabemos por la historia, y lo hemos visto y comprobado a lo largo de la más reciente, que como Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta o Vicente Ferrer (por nombrar a alguien), ha habido muchas personas que, desde una gran popularidad, trasmitieron su mensaje de fraternidad mezclándose y en estrecho contacto con la gente, sin ninguna medida de seguridad y ajenos a la violencia, demostrando que, verdaderamente, no creían en ella.
Pero lo que nos ocupa, a ese respecto, en relación con la visita del papa Benedicto XVI a nuestro país, es algo totalmente opuesto. Lo primero que llama la atención (y un poco al margen), es el lujo y el boato de sus puestas en escena, que contrastan con la pobreza y la humildad que predica su Iglesia. En relación con el tema, choca sobremanera que se proteja tanto de los demás alguien que supuestamente es portador del mensaje de la cercanía del abrazo fraterno, de la benevolencia, la tolerancia, la solidaridad y la confianza en el amor entre los seres humanos. Emana un tufillo de violencia la imagen de un predicador de ese mensaje, rodeado de un grupo de gorilas suizos con cara de pocos amigos en un vehículo absolutamente blindado.
Como sabemos, se había exigido que se garantice por completo la seguridad de las zonas que visita el Papa, poniendo policías hasta en las alcantarillas. Se ha menoscabado la sanidad de los habitantes de las zonas por donde transcurría su comitiva, retirando todas las papeleras y contenedores de basura, porque parece ser que su Iglesia no tiene demasiada confianza en el amor entre los seres humanos que predica, y a saber lo que son capaces de meter en ellos.
Hemos visto a un inaccesible Santo Padre, bendiciendo desde su Mercedes a los feligreses que han ido a recibirlo agitando sus banderitas, y se me ocurre que es posible que sus bendiciones no lleguen hasta ellos, incapaces de atravesar el extraordinario blindaje de los cristales de su papamóvil y reboten hacia adentro, al igual que las balas supuestamente rebotan hacia fuera.
Manuel Mora Hernández