El mandatario francés relanza su figura para no cambiar, en un hábil juego de malabares al forzar la caída del gobierno con el mismo primer ministro y la mirada puesta en las presidenciales de 2012
el presidente francés, Nicolas Sarkozy, ha forzado en las últimas semanas la dimisión del premier François Fillon -renuncia que finalmente se produjo la tarde del sábado- con el cese de todos sus ministros, aunque a las pocas horas le repuso en el cargo, encomendándole formar un nuevo gobierno. El mandatario galo ha realizado una maniobra de ingeniería político-institucional para relanzar su proyecto, muy tocado en los últimos meses. Con el buscado golpe de liderazgo de hacer pagar el desgaste a todo el gobierno Fillon, pero salvando al propio primer ministro, el audaz Sarko ha aprovechado el fin de semana para relanzarse a sí mismo, para reinventarse sin que nada sustancial cambie, al menos en apariencia, con la mirada puesta en su reelección en las presidenciales de 2012. Ha decidido tomar la iniciativa y lo ha hecho midiendo -como bien sabe hacer- los tiempos, las formas, la repercusión y las consecuencias para salvar su propia figura, bastante deteriorada. Y es que Sarkozy llega a finales de este año con varios frentes abiertos. Fundamentalmente, sus medidas para hacer frente a la crisis económica, que han desatado una masiva protesta y virulentas movilizaciones, sin precedentes en la reciente historia de Francia. No en vano los sindicatos han desafiado al presidente galo con nada menos que nueve huelgas generales. Sin olvidar el escándalo del caso Bettencourt o las polémicas expulsiones de gitanos, asuntos en los que Sarkozy ha dejado importantes pelos en la gatera, tanto internamente como, sobre todo, en el ámbito internacional. Pero esta nueva etapa que se abre con la amplia remodelación del gobierno tiene lugar en un momento clave, que no ha pasado desapercibido para los analistas y que da la dimensión de esta gran operación. A partir del próximo 1 de enero, Francia ostentará, al mismo tiempo y durante todo el año 2011, las presidencias del G-20 y del G-8, en una carambola inédita que, sin duda, le servirá para relanzar su figura al acaparar el protagonismo internacional que aprovechará para capear el temporal interno, a poco que los datos económicos le sean más favorables y que la oposición sindical vaya perdiendo fuelle. Una inteligente operación dentro de una amplia estrategia de relanzamiento electoral.