CON el sangriento ataque de las fuerzas de seguridad marroquíes al campamento de Gdeim Izik, a 15 kilómetros de El Aaiún, en el que alrededor de 20.000 personas protestaban pacíficamente desde el 10 de octubre por la situación social y económica derivada de la ocupación militar y la continua conculcación de derechos de la población, Rabat inició ayer una nueva fase en la represión que ejerce sobre el pueblo saharaui desde hace más de tres décadas. La escalada se intuía tras el discurso del rey Mohamed VI el sábado, aniversario de la Marcha Verde, advirtiendo de que Marruecos no toleraría ni siquiera dudas respecto a su potestad sobre los territorios ocupados e incluso sobre toda la franja que, más allá de los 2.500 kilómetros de muro con que el reino alauita ha dividido el Sahara, es controlada por el Frente Polisario. Pero la responsabilidad de querer empujar al Polisario a suspender las desesperanzadas negociaciones de Nueva York y situar de nuevo al Sahara al borde del conflicto bélico no es exclusiva de Marruecos. La pasividad de la comunidad internacional, la irresponsabilidad de la ONU, la dejadez mediatizada por intereses económicos y políticos de España -último colonizador-, de Francia -primer aliado y socio comercial europeo de Rabat- y de EEUU, potencia que alimenta el régimen alauita frente al islamismo radical, han acabado por situar a las autoridades de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) ante la difícil tesitura de contener la indignación interna y el hartazgo de las nuevas generaciones, que cuestionan seriamente la política de inmensa paciencia del Frente Polisario. Fueron estos estados -junto a Gran Bretaña y Rusia- los que eludieron en abril la exigencia saharaui para que el Consejo de Seguridad de la ONU incluyera un mecanismo de supervisión de los Derechos Humanos en su resolución de continuidad de la misión Minurso, un plan aprobado en 1991, cuando Marruecos aceptó la celebración de un referéndum de autodeterminación que nunca pensaba cumplir, y que estas dos décadas han convertido en papel mojado. Aquella decisión y la indiferencia ante la situación en El Aaiún han sido las puertas por las que la Policía marroquí entró ayer violentamente en el campamento. La mecha ha prendido en el Sahara.